A ver si lo digo bien: Apurado por la responsabilidad, salió a partirse la madre con la braveza de un tejón. Iba a por todas consciente de que su hazaña sería un canto a la dignidad. La demostración suprema de lo que el ser humano puede llegar a hacer antes de resignarse a una suerte gris. Más que una faena, la del martes en Las Ventas devino en lección de vida. Por supuesto, también fue una gran obra ante un manso que salía con la cara arriba. Da igual que los cronistas la magnifiquen, los críticos la salpiquen, o que los aficionados discutan si el diestro sacó los pases justos y limpios, o no. Lo que este matador valiente y artista defendió frente al burraco de gran calado, morrillo de bola, hondo y pitones de perchero, no fue la tauromaquia mexicana, ni la posibilidad de repetir su nombre en otros carteles y obtener mucho dinero. Esas son las ganancias colaterales. Por lo que él peleó, fue por la necesidad imperiosa de ser alguien. Lo indiscutible es que con su actitud, nos enseñó que si se quiere ser gente en la vida, hay que luchar con fe, decisión y coraje.

Arturo Saldivar, enarbolando su torería, se la jugó a una carta. De rodillas en los medios, se dejó llegar de largo y a toda velocidad los casi seiscientos kilos de mansedumbre. Si me silban el corrido, yo le pongo letra -esa es la actitud- seis pases conformaron la serie, incluido el de pecho y estalló el clamor en los tendidos. Luego, de pie, aparecieron los manojos de derechazos y algunos naturales. Pases ligados en pocas tandas, porque el toro no venía bien abastecido de muletazos. Es cierto, que aquello no fue un prodigio de temple, pero hubo casta y esfuerzo. El torero siempre atacando, puso lo que el cornúpeta de El Ventorrillo no ponía. Para cerrar la lidia, se aplicó en un estoconazo de espérame tantito. La grada blanqueó de pañuelos y después de unos minutos, el presidente otorgó una oreja que sufrimos expectantes si se daría o no, pues, ya se sabe, en Madrid los que presiden el palco tienen sus resabios. Aunque estaba abierta media puerta grande, el segundo de su lote fue descastado a tope, negando el éxito rotundo. Sin embargo, eso no tiene importancia. El torero triunfó con carácter, sacrificio -a la cita isidril acudió lastimado- honor, gallardía y, sobre todo,  huevos.

Cortar una oreja en Las Ventas es privilegio de los grandes. “Tal vez no haya sido el día de mis mejores muletazos ni el de mi mejor faena, pero la actitud y las ganas no me las puede echar en cara nadie” declaró convencido. Esa es una lección valiosa en estos tiempos de estulticia desbocada, en los que muchos famosos acometen ordinarieces de paga y vámonos. Hay quien jalea goles del América o del  Cruz Azul –ustedes perdonen lo gato del ejemplo- y hay quien, hasta se quita la camisa para mostrar al mundo sus empapadas lorzas de tocino festejando a su equipo.

Por mi parte, me quedo con este diestro joven que después de haberse jugado la vida y salir victorioso con una inmensa hombría en su actuación, se marchó atravesando el ruedo sin hacer aspavientos, con la frente en alto y la altivez de un príncipe. Además, colateralmente -ya lo dije- con su triunfo prueba que en México todavía es posible sanar del síndrome de la ubérrima sombra. Con un trapo y una espada está salvando el ánimo de toda una nación.

 

 

José Antonio Luna Alarcón
ProfesorCultura y Arte Taurino
UPAEP
Puebla, México