De igual forma, la culpa la echamos a la televisión que ha elegido deportes y espectáculos diversos en lugar de transmitir las corridas. A los picadores con el multipuyazo, también los hacemos responsables. La corrupción de los involucrados y de las autoridades cargan con una gran parte del pecado. Pero la tauromaquia está en declive por razones más simples. Los hombres y mujeres del siglo veintiuno, estamos tan hechos a la seguridad, que ya no nos interesa acudir a un rito en el que el resultado es azaroso y no tiene la garantía de éxito que goza por ejemplo, un concierto, una película o una obra de teatro. Depender del clima, del estado de gracia en que se encuentren los toreros y del humor para embestir con que hayan amanecido los toros, son cosas fuera de control y que pueden dar al traste con el encanto de una tarde, llevándose además, el pago previo de un importe nada barato.

Fuimos a Huamantla. Lo del clima estaba resuelto, porque La Taurina tiene un horrible toldo circense que da la sensación de que en la arena aparecerán elefantes, domadores, trapecistas y payasos. Eso sí, protege de aguaceros y ventarrones. En cuanto a los toreros, Uriel Moreno El Zapata, José Luis Angelino y el rejoneador Emiliano Gamero con la presión de la temporada capitalina en ciernes, ponían el asunto por buen camino. Los toros de Piedras Negras, por lo menos, ofrecían el interés de la movilidad. Salvo el sexto, los demás salieron complicados. Así que, aún con la mayoría de las variables resueltas, la función no estaba garantizada y dependía de que se conjugarán toda una serie de circunstancias.

Empezó la corrida. Desde el morlaco que abrió plaza, quedó claro que el encierro al venir de un hierro que no cría embutidos taurinos, tenía mucho que torear. Los seis piedrenegrinos -como siempre-  fueron sinodales severos y complejos para estar bien con ellos. Saltó al escenario el primero para los de a pie. El Zapata que se desprende de la tronera y que empieza a surcar el mar embravecido del ruedo. Que larga con unas buenas verónicas a todo trapo, recogiendo tela a la cintura con una media deletreada. Nada más empezar el quehacer con la muleta, el cárdeno que cambia de lidia y agasajando al diestro con un tornillazo de despabila compadre. Pero el torero que se crece logrando una lidia sabia y asentada. Despachó con un volapié de libro. Su segundo, para colmo, tenía muy poco margen de toreabilidad. Sin embargo, Uriel Moreno, muy en torero, brindó una actuación de gran mérito, imponiéndose a dos embestidas diferentes, la primera con sentido y la segunda sin ritmo ni entrega. La verdad con la que antepuso los muslos frente a los pitacos, el valor con que supo embarcar, la cadencia para enganchar  las embestidas. La serenidad para pensar en la cara. Además, de las chicuelinas de manos bajas gustándose en la suerte y los seis pares de banderillas en todo lo alto, cuatro de ellos asomándose al balcón, valieron en mucho el boleto. Antes del paseíllo nada estaba garantizado, pero que se planta El Zapata pasando las cuentas de  su misterio. Lejos quedó el torerito valentón de este maestro sereno y artista. Es azaroso el toreo y en no saber cómo acabará la tarde estriba su encanto.

 

 

 

 

  Desde Puebla (México)

Crónica de José Antonio Luna