Hay semanas en que me dan el artículo hecho. No me resta más que frotarme las manos y esperar a que terminen de dictármelo. Les juro que quiero enmendarme y ver las cosas de modo positivo, pero no me dejan. El despropósito es contumaz, los del toro están obsesionados. Miren ustedes, el domingo la corrida transcurría dentro de las líneas comunes de esa mediocridad que tanto gusta al público de la Plaza México. El rejoneador Leonardo Hernández que en España es un tío, aquí se contagió de inmediato del implacable virus ramplonus insignificantis que aqueja a la mayoría de nuestros toreros. Eso sí, antes dejó manifiesto que es un buen caballista, valiente y de corte clásico. La sintomatología se insinuaba en detalles. Por ejemplo, la rosa de pétalos gigantescos en color rojo. Ni se les ocurra pensar que ese artilugio desproporcionado sirve para esconder bajonazos, estocadas traseras y demás servicias. Cómo creen.

En sus lidias de turno ordinario hizo cosas notables y otras, no tanto. Constantemente dejaba que los toros alcanzaran a los caballos. La crisis patológica se hizo presente de forma manifiesta cuando regaló un toro de Macarrón. Le clavó rejones al ahí se va pensando que el caldo estaba hecho. Con las banderillas estuvo poco menos que mal. El rejón de muerte lo encajó contrario y abajo. Ante la suma de desatinos, los que entonan las loas de la pequeñez felices empezaron a exigir la oreja y el propio rejoneador, pisoteando su dignidad de caballero y con un cinismo que te cagas, se plantó a exigir su inicuo trofeo. Don Jorge Ramos –juez de plaza y empleado del mes- ni tardo ni perezoso, otorgó una oreja tan degradante y despreciable, como lo es presidir el palco de la Autoridad en casi todos los cosos de este país.

A Arturo Macías le salió un buen toro de Lebrija, además con mucha estampa. El saludo capotero fue de “quéuvas” y a otra cosa. Para el quite, ofreció saltilleras más rápidas que la evaporación de las buenas intenciones. Con la muleta dejó en claro el porqué el maestro Cavazos públicamente le entrego la estafeta. Pretendió contagiarnos con una faena eléctrica y similar a todas las que hace. Una calca, producción en serie. En el segundo toro se quedó en florituras para regocijar a los simples. Después, vino lo bueno: Un manso de libro, o sea, para ejemplificar tratados de tauromaquia al momento de tocar el tema de la falta de casta. Sólo le faltó cacarear. Ni empeñándose se consigue un animal tan acobarde. Asustado ante los capotes huía hasta de su sombra, rebrincaba al sentir la vara y se aplastó a los reparos como el campeón del rodeo cuando lo de las banderillas negras. Macías durante todo este tiempo se mantuvo discreto y permitiendo que cada uno de los subalternos la librara como mejor le saliera de los cojones. Luego, cuando el que firma este artículo ya saboreaba unos pases de castigo de poder a poder al grito de ¡fuego al hereje!, Arturo Macías, con valor, optó por los pases en redondo que el manso de la casa Jorge María, sin saber siquiera para que traía la leña en el testuz, embistió  sin mayor contratiempo. Así, hasta que el heredero del consorcio Idéntikas, faenas en serie, S.A. se tiró a matar superando al maestro, pues el alumno se pasa tanto, que sale rodando.

Respecto a Joselito Adame, le urge volver a España a curarse del ramplonus insignificantis que lo ha atacado sañudamente. Su caso es preocupante. Clavó banderillas como si estuviera aprendiendo y con la franela -salvo dos series que nos hicieron concebir esperanzas de sanación- exhibió un salpullido producto de tanto pase ordinario. Mientras Adame se encarnizaba haciendo trizas su tauromaquia y mi joselitismo, Jodie Foster a la que desde aquel lejano Taxi driver la seguí con la veneración que encienden las mujeres tremendamente talentosas y además muy guapas, salió con su batea de babas anunciando que abandonaba el armario –carajo con el desperdicio- mientras su novia le guiñaba un ojo y los presentes aplaudían como si estuvieran viendo banderillear al Fandi. O sea, una tarde redonda.

 

 

 

José Antonio Luna Alarcón

Profesor Cultura y Arte Taurino

UPAEP

Puebla, México