Hay semanas en que me dan el artículo hecho. No me resta más que frotarme las manos y esperar a que terminen de dictármelo. Les juro que quiero enmendarme y ver las cosas de modo positivo, pero no me dejan. El despropósito es contumaz, los del toro están obsesionados. Miren ustedes, el domingo la corrida transcurría dentro de las líneas comunes de esa mediocridad que tanto gusta al público de
En sus lidias de turno ordinario hizo cosas notables y otras, no tanto. Constantemente dejaba que los toros alcanzaran a los caballos. La crisis patológica se hizo presente de forma manifiesta cuando regaló un toro de Macarrón. Le clavó rejones al ahí se va pensando que el caldo estaba hecho. Con las banderillas estuvo poco menos que mal. El rejón de muerte lo encajó contrario y abajo. Ante la suma de desatinos, los que entonan las loas de la pequeñez felices empezaron a exigir la oreja y el propio rejoneador, pisoteando su dignidad de caballero y con un cinismo que te cagas, se plantó a exigir su inicuo trofeo. Don Jorge Ramos –juez de plaza y empleado del mes- ni tardo ni perezoso, otorgó una oreja tan degradante y despreciable, como lo
A Arturo Macías le salió un buen toro de Lebrija, además con mucha estampa. El saludo capotero fue de “quéuvas” y a otra cosa. Para el quite, ofreció saltilleras más rápidas que la evaporación de las buenas intenciones. Con la muleta dejó en claro el porqué el maestro Cavazos públicamente le entrego
Respecto a Joselito Adame, le urge volver a España a curarse del ramplonus insignificantis que lo ha atacado sañudamente. Su caso es preocupante. Clavó banderillas como si estuviera aprendiendo y con la franela -salvo dos series que nos hicieron concebir esperanzas de sanación- exhibió un salpullido producto de tanto pase ordinario. Mientras Adame se encarnizaba haciendo trizas su tauromaquia y mi joselitismo, Jodie Foster a la que desde aquel lejano Taxi driver la seguí con la veneración que encienden las mujeres tremendamente talentosas y además muy guapas, salió con su batea de babas anunciando que abandonaba el armario –carajo con el desperdicio- mientras su novia le guiñaba un ojo y los presentes aplaudían como si estuvieran viendo banderillear al Fandi. O sea, una tarde redonda.
Profesor Cultura y Arte Taurino
UPAEP
Puebla, México