Informa desde México. José Antonio Luna Alarcón. Profesor Cultura y Arte Taurino. UPAEP

Me arrepiento. Es que nunca los había comprendido y, en esta página irreverente, me he ensañado contra ellos, pero, firme el propósito de enmienda –cruzo los dedos pulgar y medio tras la espalda-, me comprometo a no criticar más su trabajo. Ahora, lo sé. El mundo de los empresarios de toros es de sacrificios, generosidad, bondad y otras muchas virtudes. Nada, la madre Teresa de Calcuta se queda corta. Además, ellos son los guardianes de la bahía taurina.

La corrida del sábado en Texcoco, con los Piedras Negras y Esaú Fernández, era un delicatesen, pero se suspendió porque el empresario Marcos Castilla enfermó. Cosas de la existencia, cuando te toca, te toca y ya. La vida no se detiene a ver que la mancuerna compuesta por la ganadería madre y torero tan valiente y dominador, eran el gran atractivo para muchos aficionados que, cansados de recibir tantos palos, ya no compraron entradas. Sin embargo, el motivo de suspender la corrida no fue que casi todo el boletaje se apelmazaba en las taquillas, no, ¡por Dios!, sino que el empresario se fue al hule. Tal vez -siempre es una posibilidad-, el hombre de negocios enfermó, debido al estrés de ver que llegaba la fecha y a los estanquillos de los boletos, no se arrimaba ni la madre de los cabales. Las cosas así, en un fin de semana: Las plazas de Puebla y Texcoco vacías, Tlaxcala con media entrada. Llegaron los tiempos en que los espectadores, completamente desilusionados, pasan la factura.

Me comprometo, lo juro por el penacho de Moctezuma, ya no voy a maliciar escribiendo que los aficionados están hasta los huevos de que les vean la cara, que ya muy pocos soportan las pantomimas de corridas con novilletes que se dan en todo México. Voy a creer en el comunicado oficial que participó a todo mundo la enfermedad del empresario y, por eso, hubo que suspender el festejo. Imagino las filas enormes en las taquillas para que a los desmoralizados aficionados les regresaran su dinero, les brindo este sarcasmo: en devolver el dinero de las poco más de ochenta entradas vendidas, se habrán tardado dos minutos.

Luego, no sé si porque era Sábado de Gloria se obró un milagro. La corrida del domingo en Texcoco sí se pudo dar, supongo, que don Marcos ya se encontraba mejor, cosa que celebro.

Por otra parte, a nivel Primer Mundo, el empresario de Madrid ha manifestado  que no gana ni para tacos de frijoles, que está de vacas flacas y que vive en la quinta pregunta, el que firma ha mexicanizado la declaración, lo que el director de la empresa llamada Plaza 1 dijo, textual según el diario El País, versión electrónica, es: “Trabajo gratis en Las Ventas, no tengo sueldo y pierdo dinero”.

La declaración me consuela, yo que he reclamado al destino el no haberme ofrecido ni la más remota posibilidad de ser empresario de Madrid, ahora, con lo expresado por don Simón Casas, me digo, te salvaste mi Pepetoño, espabila tonto, es mejor que sigas con tus libros y tus clases, aguantando al chaval que no deja de mirar el teléfono celular, mientras tu explicas el porqué está tan devaluada la identidad nacional y a la chica que en el examen obtiene una calificación de cero limpiecito, redondo como la línea del tercio. Tú, por lo menos, no sales como las gallinas, poniendo. Soy feliz como profesor y, ¡aleluya!, no sufro el tremendo calvario de ser empresario taurino.

De vez en cuando, me paso de suspicaz. Prometo no volver a hacerlo, no criticaré más a los patrones. No quiero que piensen que soy despiadado y ajeno a las cosas del espíritu. A partir de hoy, valoraré lo que pasan los financieros de la fiesta, aun echando novillos por toros, inflando en el cartelón el peso de los animales, exigiendo a los vendedores que circulen entre el público aun durante las lidias, poniendo sólo las dos últimas filas de la plaza como asientos generales y haciendo añicos la ley de la Física, llamada de la Impenetrabilidad: dos cuerpos sí pueden ocupar el mismo espacio, al mismo tiempo, siempre y cuando estén en el tendido de una plaza de toros. Nunca, nunca, nunca, no más escepticismo al leer una crónica, no más desconfianza con el tablero de toriles. Me he convertido. Los empresarios taurinos tienen un lugar asegurado en el cielo.