Informa desde México. José Antonio Luna Alarcón. Profesor Cultura y Arte Taurino. UPAEP

¡Embarazoso!. ¿Qué hacer para no maltratar a los amigos que emocionados, me comentan acerca del faenón de Enrique Ponce al “teofilito”?.

-¿Qué tal? ¡Estuvo enorme! ¿no?. ¡Una faena histórica!- me dicen palpitantes de entusiasmo.

-Nada, pues… muy bonita…- contesto como se engaña a un niño cuando pregunta si existen los Reyes Magos.

Otros, han optado por no tocar conmigo el tema de los toros. Me comentan acerca del clima, del último petardo de Peña Nieto o de López Obrador o de Margarita, da igual, en este país decadente da lo mismo el color de la bandera partidista, al fin y al cabo, todos, casi a diario, pegan tremendas tracas. Pero de toros, mis cercanos no tocan el tema. Pensarán, supongo al ver sus caras, “mejor ni le comento, ¡qué hueva soplarme el rollo de este amargado!”.

La verdad plana y llana es que pienso que después de la faena de Enrique Ponce a  “Vivaracho” en la Plaza México, no queda más que el palacio de Bellas Artes. ¿Por la belleza?. Sí, y también, por la falta de peligro. Lo que sigue es la faena ya sin toro, sobre todo eso, sin las enormes molestias que genera un toro. Por cierto, “Vivaracho” de vivo no tenía nada, fue un pazguato de libro. Adiós a la autenticidad, pero, en cuanto a lo bonito, pues, sí, muy bonito.

En su obra Muerte en la tarde, Ernesto Hemingway habla de que el diestro es un dispensador de la muerte, pero, además, él mismo es un ser que regresa del territorio de la muerte. Sin embargo, eso habrá sido en la época en que vivió el premio Nobel de Literatura perteneciente a la Generación Perdida. Ahora, ya no es así y tal vez sea lo decepcionante. No es que uno quiera que el toro mande al otro mundo al torero, pero el peligro cierto de que eso pueda suceder en cualquier momento, debe estar latente durante todo el tiempo que el merengue campa en la arena. Con los “teofilitos”, “bernalditos”, “marroncitos”, “ferdinandos” y demás fauna caritativa, ya no es posible, y “como dijo don Teofilito” – la frase es más oportuna que nunca- no volverá a serlo jamás. La faena contemporánea ha devenido en componer figuras preciosistas, “poncinas” al cante. Corren los tiempos del goce estético en su máximo esplendor  y nada más. De disfrutar una faena en un teatro, estamos a dos minutos. ¡Viva el toro bobo!, amaestrado, con el sabor de un pepino sin chile y limón.

Las escenas más patéticas de lo que va del serial, son las que enmarcan el toreo posmoderno que nos aqueja. Sin quererlo, es Joselito Adame el protagonista. La primera, cuando tropieza frente al toro de Teófilo Gómez y el cornúpeta en vez de emprenderla a cornadas contra él, se lo queda mirando anonadado. La segunda, es con el pupilo de Barralva que después de propinarle una serie de cates no logra prender una cornada en el cuerpo del coleta caído, o sea, no consigue el propósito primordial de un toro. Ovación cerrada a los peluqueros.

Así que me cuestiono, para qué desbaratarle la ilusión a mis amigos, diciéndoles que nada puede sobrevivir para siempre y que el “toreo verdad” está pronto a doblar vencido. Cómo recetarles que al toreo no lo matarán los corruptos del Verde Ecologista, tampoco los políticos analfabetos y oportunistas, ni siquiera los del Green Peace, que -aquí entre nosotros- admiro por sus otros empeños, sino que lo están matando faenas como la de Ponce a “Vivaracho”, esas que uno dice “qué bonita”, pero que en el fondo, sabe con certeza, que ya no forman parte del rito sacro de la tauromaquia, me explico, que son faenas ya lejanas a la liturgia celebradora de vida en que el sacerdote y a veces víctima, oficiaba poniendo las femorales en el lindero mismo de la muerte.