Lo fatal es que estamos condenados y nunca saldremos de aquí. No hay escapatoria. Lo llevamos en los glóbulos rojos. Siendo el hombre más rico del planeta, a don Carlos no lo salva su dinero. Por otra parte, ni la belleza de su nariz aguileña ni sus ojos inmensos como océanos libran a Ana de la Reguera de nuestro mal, ni a mí me consuelan las ganas de que sus pestañas cornivueltas me peguen una cornada y me traigan colgado de ellas, toda la tarde. Tampoco se salva Mario Molina Henríquez que muy pocos saben quién es, porque aquí, conocemos la vida y obras del rey de las gambetas o del campeón del ring que es ducho en aplicar la llave del “cangrejo invertido”, pero los logros de un premio Nobel de química forman parte de las cuarenta mil cosas que nos valen madres. En el fondo, todos llevamos el síndrome de la pequeñez que nos legaron Moctezuma y luego, los empleados de Felipe II. Díganme sí no, qué habrán pensado los conquistadores cuando para correrlos, en vez de recetarles una nube de flechas con punta de obsidiana, les llevaron oro y piedras preciosas. “¡Coño!, mirad, con qué hazen aquí los promocionales”.

Vamos por el mundo con muy poquito corazón y unas ganas enormes de tener mayor fortuna. Haciendo trampa, esquivando sesgadito las responsabilidades, desinflándonos antes de empezar o a medio camino. Con nuestro ingenio y mucha chispa. Con nuestros eufemismos y nuestras mentiras. De todo ello, la tauromaquia, que es convocadora de artes y costumbres, acumula lo suyo. Vamos al contexto, Corrida del Aniversario enmarcada en lo trágico del “sí, pero no”. Fue una celebración, pero en día laborable, por la noche. Con un cartel aceptable, pero no de tronío como lo merecía la ocasión. Tres toros apenitas de Barralva, pero otros tres novillitos escogidos en una tienda de camotes. ¿Qué tal el primer utrero cornigacho de San Isidro?, con la nobleza de un marqués y la emotividad de un esquimal pescando. Como si masticara el mismo peyote que, alguna vez, el chamán dio a Carlos Castañeda y que en alucinaciones lo llevó a reflexionar sobre la estupidez de los tiburones, así, el que firma este artículo asiste a la Plaza México a cavilar sobre lo estúpido que puede salir un toro. Y luego, ¿la mansedumbre del segundo que se llevó entre las patas nuestros sueños morantescos?. Para completar el cuadro, el tercero que además de malo, era corniausente.

Sí, Eulalio López Zotoluco ha estado muy bien con el primero, pero no.

Un torito así no sirve para trascendencias. Con el segundo, sí, el diestro se encastó, pero no. La verdad, es que se ha escudado en lo simplón para que no se notara la superioridad del toro. Sí, José Antonio Morante de la Puebla, ha ejecutado las verónicas más bellas de la temporada, pero no. En conjunto, su actuación fue primada por el desencanto. El Payo perdido en el tercero, sí, se amarró los machos en el sexto, pero no. Lo hizo bien hasta pasada media faena. La primera parte tuvo más enganchones que unas naguas en los huizaches.

Se los juro por Santa Florence de Cassez, virgen y mártir, quiero ser positivo y ver nuestra tauromaquia como la ven muchos de mis colegas, es decir, en rosa. Orejas, triunfos, ole con ole, pero no, no puedo. Ambiciono ser tan magnánimo como los que sacaron su pañuelito pidiendo la oreja de medio mérito para premiar al Payo. Hay quien ya se atrevió a llamarlo figura. Por eso nos tratan como nos tratan. La corrida tuvo sus cositas, sí. Pero, como casi siempre, la verdad es que nos vieron la cara. En México, para gloria del toreo actual, alguien debería inventar un lance con ese nombre. Se imaginan, sería el orgullo de nuestro nacionalismo: …el diestro nos pasmó con el quite del “Sí, pero no”… 

 

José Antonio Luna Alarcón

ProfesorCultura y Arte Taurino
UPAEP
Puebla, México