Es perversa la espiral de la decadencia que nos hace girar, despedazándonos como tomates en una licuadora. Esto es un reto permanente para ver quién es más hábil pasándose de lanza. Nos iría muy bien si le sacamos provecho implementando algo novedoso, una cosa así como el turismo del fraude. Una nueva clasificación de paseantes dejándonos su dinero, a cambio de recrear su interés malsano en ver como a una partida de tontos se les perjudica llevándolos al baile y dándoselas con queso. Sería genial esta nueva faceta, unas vacaciones posmodernas en la que ya existe el turismo sexual, ecológico, de descanso, deportivo, histórico, de empresa, de la tercera edad, religioso, festivo, de shoping, agroturismo y la madre que los parió. Imagínense la belleza de campaña: “Voltea hacia el toreo. El lado turbio de la vida se conoce en una plaza de toros”. Seríamos los amos.

Además de las divisas que podríamos generar entrando en auge nuestra industria sin chimeneas, prácticamente, no tendríamos que hacer nada. He aquí el modelo que propongo: Se anuncia una ganadería de prosapia en la que las mafias taurinas no han podido meter mano, al caso, De Haro. Entusiasmamos a los buenos aficionados que esperan los encierros de casas como ésta. Ya que las ilusiones estén en su máxima ebullición, se abre la puerta de toriles y aparece un torazo. El respetable aplaude emocionado y expectante. Empieza a funcionar la maquinaria del fraude.  Para que el sablazo no tenga desperdicio, ya está en la arena Rodrigo Santos. Por supuesto, al merengue se le han serruchado los pitones por mitad, con el fin de que le duelan hasta los últimos pelos de la borla del rabo, si es que sus armas mutiladas logran alcanzar al caballo. Esto en sí, ya es un embuste poca madre ¿no?, el enfrentamiento entre un caballero y un rival con sus armas hechas cisco desde el principio de la partida. Pero se puede llegar a más. Veamos, pongan por caso que el jinete no de una y pasen diez minutos de lidia sin que pueda clavar el primer rejón. Luego, entre caballos y caballitos, los grandotes y los chiquitos, que se pase una eternidad sin sacar nada en claro.

Como punto dos, puede salir un toro con toda la barba que sea bueno, bravo, codicioso y al mismo tiempo, que tenga una preciosa estampa de igual forma celebrada por el respetable –me tiro al suelo de la risa cada vez que escribo esta palabra-, entonces, cuando los espectadores se estén saboreando anticipadamente una faena inolvidable a un verdadero ejemplar de bravo, que el matador Federico Pizarro le de cuello ordenando al picador que deje al cuernos agujereado como si en vez de la vara tuviera en las manos un AK 47. Esta martingala da validez al presagio de los verdaderos conocedores: “¿Ir a ver a los De Haro, para qué? si los van a matar en los caballos”.

El inciso tres del plan: Nada de poner a Eduardo Gallo que es un diestro entregado y bueno –de momento- y torea con clase, valor y arte. Hay que anunciar a algún partidario de embelecos. La triquiñuela tiene que ser completa, palo tras palo, sin dar respiro al respetable. Otra vez, el rejoneador echando a perder patéticamente a un toro que remate abajo y que acometa de largo. La cosa es dejar en los asistentes –los que no están en babia, claro- un sentimiento de frustración insoportable. Finalmente, el festejo hay que cerrarlo con un par de novillos corridos en quinto y sexto turno, algo a lo bestia que ponga de manifiesto que se trataba de una estafa. A eso súmenle detallitos, por ejemplo, un excesivo precio de las cervezas y de los refrescos. A setenta pesos las primeras y a treinta los segundos estaría muy bien.

Para que el broche cierre de lujo, podemos hacer que los críticos que hablan en el radio –me incluyo, con mi correspondiente tajada de culpa- promuevan la cosa diciendo que la corrida será magnífica. Además, para el impulso del turismo del fraude contamos con las glorias del folclor nacional, es decir, las leyes, el deficiente uso del reglamento taurino, el casi nulo ejercicio de la justicia, la falta de reacción oficial ante los abusos al público y el convencimiento de la población de que cada quien va solo y de que nadie hará nada por nosotros.  

Ahí queda mi plan para el fomento del turismo. El modelo, punto por punto, fue probado en Tlaxcala el sábado que pasó. Con estos procedimientos vamos a lograr que los aficionados salgan echando espumarajos de indignación, para regodeo y satisfacción de los turistas del fraude, que además de la corrida -“Innovaciones Luna, dos por el precio de una”- disfrutarán de todos los subterfugios, embustes, joyeles, triquiñuelas, falsedades, simulaciones, argucias, pasteles, o sea, el catálogo completo. Todo ello, a su vez, matizado en un ambiente a lo Raffles, el perpetrador del aficionado, digo, parafraseando el título de las historietas.

 

ProfesorCultura y Arte Taurino
UPAEP
Puebla, México