De que son grandes no hay duda. Todos son valientes, unos más, otros menos. Algunos son artistas, también los hay técnicos. Uno que otro, lo es todo. Son toreros de gran escuela. Sí, de verdad lo son, pero no aquí, sino en su país. Cuando cruzan el Atlántico cambian como por encanto. Eso de venir a hacer la América y tener que torear en serio, oigan ustedes, no serían vacaciones ni aquí ni en China. No. México es sol, tequila, playa y dinero fácil. Tentar de luces, pasarla bien, vaya, lo que se dice darle gusto al cuerpo. A un cuerpo al que en España lo que le han dado, han sido tremendos cates. Así que la consigna americana es tratarse como rey y de paso, llevarse unos ahorros a casa, que allá en el Viejo Mundo no está el horno para bollos ni la magdalena para tafetanes.

Venir a México representa un viaje placentero y sin peligro, por lo menos en el ruedo, que en las calles –cosas del Tercer Inmundo- ya es jugársela en plan salvaje. Hacer campaña aquí, significa: Por una parte, actuar para públicos conformistas, ignorantes y fácilmente manipulables. Por la otra, lidiar lo que torean los “manitos”, o sea, animalitos de menos de tres años y suavotes. Y no va ser un diestro extranjero el que cambie la costumbre. Al pie de los volcanes se ven tan lejanos los intransigentes aficionados de Madrid, que parece que no existieran.

Piensen si no es cierto. Empezaremos con el hoy cuidadoso Iván Fandiño, que no pudo matar la imponente corrida de Barralva en Guadalajara, porque se lastimó una muñeca. Él, que en Iberia le ha salido hasta conmocionado al barbas y que si la cosa es importante, actúa casi con muletas, quiero decir, de las que usan los cojos. Para el coso tapatío, una torcedura le quitó –qué pena, con las ganas que tenía- la magnífica oportunidad de vérselas con los astifinos y bien presentados toros del encaste Atanasio.

Por su parte, El Juli que en la madre patria es portentoso maestro, aquí nos ha esculcado atrás de la oreja, conociendo lo que somos capaces de soportar y plaza por plaza nos ha llevado al baile con el consabido y desvergonzado beneplácito de las autoridades. Es que matando becerros anunciados como toros, hace cosas bonitas, aunque sin nada de trascendencia. Si bien eso no quita que encienda los entusiasmos de públicos mansos, incautos y estúpidos, que celebran rompiéndose las palmas de las manos de tanto aplaudir.

El otro ejemplo tiene un rostro serio al que la buena vida le ha inflado los mofletes. Aquí, ha pretendido encontrar los espíritus del arte en los humores de la juerga flamenca. Claro que en un tono de responsabilidad que te cagas, no ha dejado de firmar las corridas que se han terciado. Y de verdad que se han terciado y mucho, pues las musas, duendes y entes fantásticos que lo asisten en las tardes de gloria, lo tienen amenazado y sólo se han comprometido con él si el toro es chico, joven y harto bobo.

Es extraño, El Juli y Morante son toreros del grupo de la dignidad. Es decir, de los que exigieron a la empresa sevillana les diera un trato digno o no firmaban. Tal vez, al igual que los conquistadores, piensan que los habitantes del Anáhuac no somos personas y que por ello, no tenemos dignidad, así que se burlan de nosotros a carcajadas. Bueno, no tendremos inteligencia, ni aprecio por nosotros mismos, pero dignidad sí ¿o no?.

La ironía es muy grande. Como también lo es que los encierros de toros bravos, con edad, peso y pitones –qué zumba- sean lidiados por los toreros más jóvenes. Se los cuento: Ahí tienen que llega Sergio Flores al Nuevo Progreso y que le sale un Barralva con edad, cornalón y astifino, además de bueno. Hete aquí que uno no sabe bien a bien el porqué, pero hay un público que se sabe digno, que reacciona como es debido y dice basta ya, y decide que ha llegado el momento de poner en su sitio a los timadores y a los mangantes, de esos que tienen perfectamente armado el numerito y que pueden recorrer el país entero viéndole la oreja a la afición bastarda. Entonces, frente a ellos que se conjugan un torero valiente y artista, y un toro bueno y bien presentado. Sergio toreaba como si estuviera soñando y el toro embestía como la mejor parte del sueño. En tanto y quién sabe dónde, Fandiño hablaba con la prensa poniendo más pretextos que una hija soltera embarazada, Morante en compañía de Calamaro, encendían “la hierba más sabia de México” y El Juli ensayaba duro, sí… el pase del Arriba las manos.

 

 

ProfesorCultura y Arte Taurino
UPAEP
Puebla, México