Pasa que a veces, el buen gusto es molido a palos con el fervor y la contumacia con la que los cazadores de focas ablandan a sus presas. Sin embargo, mis buenos propósitos me exigen consideración con el prójimo y ahora, hay que suscribir claramente lo del género y apuntar también, la prójima. Por ello, dejaré en paz a la torera y les hablaré de algunos diestros que también se las han gastado bordándola con singular alegría a la hora de vestirse. Por  ejemplo, un día en una novillada en Tlaxcala tuve la fortuna de admirar a uno de los alternantes que en la espalda de la chaquetilla lucía el rostro de un Cristo. Cosa que de ningún modo es extraña conociendo la profunda relación del toreo con el cristianismo. Lo único malo es que la imagen que sirvió de modelo fue la que lucen las peseras del transporte colectivo en el medallón trasero. Conjeturo que gracias a la divina misericordia, el Señor no le envío un cornadón de espanto por andar retratándolo de ese modo en blanco y plata.

Así mismo, a Mariano Ramos hubo una época en la que le dio por mandarse a hacer los vestidos de torear con grecas indígenas y si la memoria no falla, incluso el espaldar de la casaca lucía un calendario azteca. Para cagarse de la impresión. Sólo le faltó ordenar le bordaran nopales en los golpes en lugar de mariposas y  un capote de paseo con la efigie de Huitzilopochtli.

La oreja de oro se la lleva el diestro español Pepín Jiménez que en su comparecencia en el San Isidro del año 2002, en lugar de alamares, lucía los nombres de sus hijos bordados en la casaquilla verde bandera. Existió también, el profano que en su día pretendió llevar publicidad en el vestido. Sería el colmo, disfrazarse de botarga para jugarse la vida. Lo de la promoción de marcas les va muy bien a los futbolistas que parecen pasquín de ofertas de supermercado.

El derrote se lo atizo a la cursilería y de ninguna manera va contra la innovación. Gracias a ella el toreo evoluciona para bien y el público es cada día más sofisticado. A la plaza ya no se acude a ver morir a un animal en el mejor de los casos, o a un hombre en el peor, sino a emocionarse con el sentido estético de la lidia contemporánea. Para ello, han contribuido los artistas de otras disciplinas que rompiendo esquemas van marcando los nuevos derroteros. Me gustan mucho los vestidos de Castella, los trajes picassianos de Dominguín, el goyesco de Armani para Cayetano, las águilas imperiales de los tauromágicos, de igual forma, me encantan las extravagantes fotografías taurinas de Peter Müller; la pintura de vanguardia del maestro Rafael Sánchez de Icaza, y la música de toros de Apocalyptica. Por otra parte, ¿se imaginan un diestro que en la actualidad saliera a lidiar como lo hacía Pedro Romero, que de dos mantazos y una estocada daba por terminado el turno?. En el presente, sería comido vivo por los espectadores. La cuestión es de buen gusto. Hay modalidades en el ruedo que me sientan peor que una cornada en el escroto.