Informa desde México. José Antonio Luna Alarcón. Profesor Cultura y Arte Taurino. UPAEP
Nada más termina de hablar el conferencista oficial, en la parte de preguntas y respuestas, empiezan las que el filĂłsofo Tomás Melendo llama “conferencias alternas”, es decir, las no programadas y que endosan algunos asistentes. Son espontáneos que se tiran al ruedo y, sin pizca de pudor, acaparan el micrĂłfono con su larga y docta perorata. Al intervenir de manera tan valiosa, comunican a los sufridos asistentes que en sus investigaciones han dado con cosas no mencionadas ahĂ; completan la informaciĂłn que el autor de la charla no ha tenido el cuidado de incluir, como si en una hora y media se pudiera agotar un tema y le enmiendan la plana. Al punto, siempre comienzan felicitando al autor de la charla, que van a dejar como el traje de un novillero que se presenta en Las Ventas.
Los conferencistas alternos cuentan sus interesantĂsimos andares por los vericuetos del tema tratado en la plática oficial. Otras veces, relatan alguna anĂ©cdota personal que enriquece la vida de los escuchas y sin el menor rebozo, opinan de todo. Por eso, el que esto escribe, si puede, emprende la graciosa huida de la sala, sea presencial o virtual, en cuanto le ceden la palabra al pĂşblico y asĂ, se ahorra la pena ajena y los daños colaterales.
El otro dĂa, al tĂ©rmino de una muy interesante conferencia vĂa electrĂłnica dictada por el doctor Rafael Vázquez Bayod, un asistente agradeciĂł al jefe de los servicios mĂ©dicos de la Plaza MĂ©xico, el que debido a su tĂ©cnica, en este paĂs no se mueran los toreros cornados y que en España, sĂ se van al otro mundo.
Sin poner en duda la pericia, habilidad y sapiencia del doctor Vázquez Bayod, que es una eminencia por los cuatro costados, yo dirĂa que además de su tĂ©cnica de estabilizaciĂłn del cornado desde el ruedo, la diferencia de que en la penĂnsula haya más heridos por cuerno y por tanto, más muertes, estriba, sobre todo, en la catadura de los toros que se juegan allá y en la edad de los mismos.
Es que los toros con edad, al pasar de las cuatro o cinco yerbas, han aprendido a utilizar el armamento y dan cornadas, que de verlas se te hace un vacĂo en la tripa y te quedas temblando. Si no, miren ustedes, durante la feria de San Isidro alternativa que se está llevando a cabo en la plaza de Vistalegre, Madrid, en unas cuantas corridas ya ha habido dos matadores y un banderillero que han salido con tabacos de espĂ©rame tantito.
El asunto es simple, la honradez y la lealtad con el toro se paga con sangre. Esa es la grandeza del toreo. El coleta y su colaborador vacuno se miran las caras en el centro del ruedo. El valor de uno, frente a la bravura del otro y los dos solos con sus soledades. Las cosas como están mandadas: el toro de cuatro años, mĂnimo, con la leña completa y que sea lo que Dios quiera. Hacerlo de este modo implica muchas rajaduras en la piel, levantarse del suelo con toda dignidad y sucio de arena, e impasible no revisarse ni la ropa que se está entintando, como dice el mismo doctor Vázquez Bayod, de color escarlata y oro.
Un toro salta a la arena para acometer impulsado por su casta y por su fuerza, mientras más bravo sea, será mejor la lecciĂłn de vida que estará dando. El que los toreros salgan heridos o mueran es necesario para la propia fiesta, porque es el testimonio que valida un ritual atávico que debe fundarse en la verdad. Ese riesgo justifica la muerte del animal. La  ciencia del doctor Vázquez Bayod ha salvado la vida de muchos toreros, entre otros, de Juan Pablo Llaguno y de Mauricio MartĂnez Kingston, sin embargo, las cosas hay que decirlas como son, al otro lado del Atlántico, tendrĂa mucho más trabajo.