El diestro que embarca –otro término de navegantes- en la verónica y avanza paso a paso hacia los medios, se asemeja a un navío alejándose hacia el ultramar del redondel, dejando a sus espaldas la seguridad del puerto que es el burladero. Les doy otro ejemplo: Después de la tormenta, de los rayos y centellas arrojados por el público, del oleaje embravecido y negro del toro, la borrasca de la silbatina y del barco haciéndose astillas que es el aplomo del torero, cuando la calma impera, a la playa llegan en vaivén los restos del desastre, las banderillas sobre la arena, los cojines de la ira y el rumor apagado que baja del tendido. El fracaso en lo del toreo se asemeja a un naufragio.

Me gusta la comparación marinera, pinta con fuerza las situaciones viriles del arte de Cúchares. Es que para relatar no basta con explicar los acontecimientos, hay que mostrarlos. Con mayor razón, al toreo de buena factura se le debe describir con viveza. Por ello, asumo este juego literario. Suelto amarras diciéndoles que el domingo sobre la plaza había un cielo encapotado. Sin embargo, la lluvia caía suave y mansa en la bahía que era el ruedo, mar en calma de tonos grises. Corre el vendaval del segundo de la tarde. Ignacio Garibay que leva anclas y empieza la travesía con lances llenos de ritmo, temple y armonía. Verónicas de terciopelo, la pierna de salida adelantada, la mano de despedir mandando, la otra abajo, quieta, pegada al tiro de la taleguilla. Luego, el remate ajustando el capote a la cintura. Además, barrió la arena con la espuma de una larga que ensanchó la tarde. Posteriormente, lo llevó al caballo con la gracia de las chicuelinas. A la hora de emplear la muleta, lo hizo con tanta solemnidad que el público ni se acordó de pedir música. Que abre con unos doblones señoriales. Instrumentó series de poderosos derechazos. Vino el toreo al natural embarcando adelante y despidiendo atrás. Todo con inmaculada limpieza, asentado en los riñones y la muñeca suelta. La parte suprema de la obra llegó cuando el toro de Marrón descompuso aún más su pobre embestida. Al momento en que el bicho se puso intransigente y se agotaron los pocos pases de argumento estético que traía, Garibay que echa mano del toreo de poder a poder, pero no apenas un esbozo falto de energía como se estila hoy, sino un macheteo sustentado con sitio, severidad en los toques a pitón contrario y sin dejarse tocar el engaño. Desde luego, la rodilla anclada en la arena. Dio cuenta del morito de un pinchazo arriba y un volapié de tratado de tauromaquia. Nos vimos muy parcos, sólo aplaudimos lo suficiente para que saludara en el tercio. Sin embargo, era una faena de oreja, aquí en Tlaxcala y en el Finnis Terre. Nadie se acordó de liberar las gaviotas solicitando el premio.

La primera parte de la corrida fue hierática. La segunda se difuminó en la juventud y pequeñez de los bravos. Zotoluco pasó sin pena ni gloria y Arturo Macías estuvo muy valiente en el péndulo y superficial en los redondos. Luego, Eulalio López, engatusó a los espectadores con un novillo de regalo al que toreó despegado y disparando andanadas de pases insulsos. A cada remate exigía la ovación y terminó por arrancar una oreja, merecida si de torear al público se tratara. Atracamos al anochecer bajo la lluvia pertinaz y fina. Zotoluco daba la vuelta al ruedo celebrando lo de la orejita. Garibay, en cambio, orgulloso y desparramando torería se iba sin nada.

 

 

 

 

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Desde Puebla (México), crónica de José Antonio Luna