La gesta no gozó del eco que merecía, pero fue de las grandes. Todo lo que sucedió, tuvo pozo porque la muy entipada corrida tenía edad, es decir, que los más jóvenes, al menos, eran cuatreños. Además, como en Santa Ana Chiautempan les gusta dar su festejo taurino anual con todo el rigor que exigen los protocolos y el reglamento, fueron cuidados hasta los detalles mínimos. Dicen por ahí, que el presidente municipal, celoso de su deber, mandó dos patrullas de la policía para que escoltaran a los toros desde la ganadería hasta la plaza, por lo que “Serruchín y Serruchón”, perplejos, se quedaron papando moscas y rascándose los huevos. La sierra, la garrucha y los limatones no salieron de la mochila. La noticia que corría entre los banderilleros era: “agárrate Catalina que hoy sí vamos a galopar”.

Empezó la corrida y las cuadrillas, que tenía tiempo no se las veían con toros de a de veras, en puntas y con la casta de Piedras Negras, estaban más asustadas que un perro en un columpio. Eran un manojo de nervios. Jerónimo con dos contratos firmados para la misma tarde, pidió a sus colegas cambiar el turno y lidiar en primero y cuarto lugar. Eso –lo de las dos corridas en un día- a algunos les sonó a hazaña y al que esto escribe, le supo a falta de ética profesional. No aprovechó en lo que valía el piedrenegrino y a fuerza de despedirlo echándolo para afuera, el cárdeno optó por aburrirse y dejar las cosas para otra vida.

Por su parte, Leonardo Benítez que parecía primer bailarín del ballet Bolshoi, quiso engañarnos haciendo quedar mal al precioso y bravo segundo toro de la divisa rojinegra, que derribó aparatosamente al picador. El cuernos fue muy bravo, se revolvía en un palmo y era obediente, pero al matador le pareció perverso y echó a andar por la calle de en medio. Interpretó a la Steve Wonder. Lo mató de dos mantazos y una estocada después de haberlo pinchado.

Entonces, vino la hazaña envuelta en una faena de técnica y valor. Salió el tercero, un cárdeno muy largo, con mueble en la cabeza y bello como una alhaja de plata. Uriel Moreno El Zapata con dos cojones y cara de hombre, sin una sola concesión a la trampa en mente, se desprendió de la tronera y andando se fue a recibirlo con una media cambiada de rodillas. Se levantó para enfajarse a la verónica. Banderilleó con espectacularidad. Cuando tomó la muleta, el de Piedras Negras había cambiado de lidia y no colaboró como esperábamos, pero eso al Zapata no le preocupaba. Muy torero le robó los muletazos que el toro tenía, se adornó cuanto pudo, impecable, sabio y pundonoroso  lo mostró por ambos lados. Con su toreo verdad nos mantuvo sentados al borde de la grada y musitando el Credo. Para el epílogo, superior y enarbolando su torería, le pegó la serie de doblones tocando a pitón contrario que el moro pedía a gritos. Al final, buscaba cuadrarlo para tirarse a matar, se veía que el diestro no intentaría el bajonazo y que su propósito era hacer las cosas según mandan los libros de tauromaquia. Como los toros de Piedras son más sabios que un filósofo griego, este no se entregaba. Al punto, uno de los subalternos, uno de los graduados en ardides y mañas, pidió al matador su venia para vulgarizar la lidia y salir a darle en redondo con el capote. Uriel Moreno digno como un centurión romano ordenó: “¡A taparse, que puedo sólo!”. Y pudo. En cuanto se dio la oportunidad, aprovechó la arrancada y sin salirse, clavó el estoque en todo lo alto. La faena fue para aficionados de paladar y de dos orejas pesadas de tanto mérito, sin embargo, no había sido lo “bonita” que a las mayorías, tan acostumbradas al jolgorio, les gusta y por ello, injustamente,  sólo lo llamaron a saludar en el tercio y echaron su quehacer al olvido.  

Para la segunda parte, los toros de Piedras Negras saltaron a la arena a demostrar el buen estilo que también poseen y con embestidas nobles y arando el suelo permitieron el toreo estético y estático. Incluso, hubo un indulto –exagerado, faltó vara- para un gran toro que lidió El Zapata. Pero a ese lo toreaba cualquiera. Cualquiera –aclaro- que sepa y tenga la carga testicular imprescindible para hacerlo. La hazaña, lo que puso al Zapata lejos del resto de la torería mexicana, fue la fiereza del tercero y el ideal del coleta de hacer las cosas con toda decencia y con toda verdad.

Pensándolo seriamente y para ahorrarme docenas de consultas de sicoanálisis, puede que el periplo taurino del que esto escribe se reduzca a asistir a los toros una vez al año, cerca del veintiséis de julio, día de Señora Santa Ana, a la corrida tradicional de la feria de Chiautempan, que organiza el muy formal y quijotesco Antonio Moreno Durán. Seis toros muy bravos, interesantes y respetables de Piedras Negras y un torero muy digno, pasmoso en el peligro, Uriel Moreno El Zapata.

En Santa Ana, son guardianes de la bravura y de la verdad del toreo. Esas son las condiciones irrenunciables para apreciar en todo su esplendor el espectáculo más bello del mundo.

 

José Antonio Luna Alarcón
ProfesorCultura y Arte Taurino
UPAEP
Puebla, México