Las voces aterciopeladas de los cuatro caballeros servían de fondo a la potente y bella voz de Estela Raval. Hoy, la pieza suena muy nostálgica, si bien, debió  escucharse del mismo modo en su época, gracias a que la letra es un ofrecimiento de amor incondicional para que vuelva alguien. Como ya se sabe, toda despedida es, a fin de cuentas, la posibilidad de un reencuentro. Como antes es el título de la canción y Los cinco latinos el nombre del grupo vocal e instrumental que la interpretaba. Estamos hablando de rock en español de finales de la década de los cincuenta y principios de los sesentas.

Por otra parte, el otro día, un lector me comentaba vía correo electrónico, que mi gran amargura taurina es tanta, que ya desparrama y que me notaba cerca de abandonar mi afición al toreo. Tiene razón, muchas veces he salido de la plaza blasfemando en arameo y repitiendo como jaculatoria: “No puede ser que me guste esto”, jurando no volver  al plaza en mi puta vida. En su mensaje, el remitente también lamentaba mi escasa fe en el futuro y lo de que mis héroes entraron en crisis y se quedaron atascados para no salir nunca. Es verdad, más allá de los seres cubiertos de oro y vestidos con medias rosas que acometían hazañas en mi niñez y adolescencia, ahora, veo a simples mortales llevando a cabo todo tipo de componendas y trapazas para salir lo mejor librados y con ello, parecer lo que en realidad no son ni lo serán nunca. 

Sin embargo, cuando más desesperado estaba, puntual como todos los años llegó San Isidro y mi fe volvió como antes, más que antes. Pero en Las Ventas también hay engañifas y desaires. Por enumerar algunos acontecimientos: El Cid quedó en evidencia ante un bravo y codicioso Parladé. Morante (Frustrante debería ser el nuevo mote) de la Puebla llegó en su autobús negro luciendo su rollo mercadotécnico atizado con la leyenda de que “El Arte no tiene miedo”… ni vergüenza, deberían agregarle. Desarmado de capa corrió como lo haría un ratón en un incendio, de aquí para allá, los mofletes desfigurados por el susto, mientras el primo pelirrojo, en actitud de manager de boxeo, aventaba la toalla para tocar al toro y Antonio Barrera hacía aspavientos tratando de salvar al torero que, con tanta dedicación, ha echado a perder. En su turno, el Lili se sumó a la bufonada y escapó del trance -no rodándose como lo habría hecho Blanquet si es que alguna tarde tropezó en la cara del toro- sino a gatas, en el más puro estilo de Laurel y Hardy o Cantinflas.

Ayer, en la corrida de las figuras, el petardo fue antológico. Castella desdibujado y convaleciendo, sólo dio algunas muestras de buen oficio sentado en el estribo y pasando al toro por alto, como ejercicio reminiscente de principios del siglo veinte. La traca la encendió Manzanares, que representa la versión Vanity fair del manejo de muleta, que según pudimos apreciar ayer, consiste en teletoreo. Además de retorcer el cuerpo a tal punto de que las admiradoras de su belleza y también los admiradores –la posmodernidad los desata de pudores- sufren por el riesgo de que le dé lumbago por el forzamiento de vértebras, músculos y ligamentos en ese afán de pasarse al toro lo más lejos y de echarlo para afuera. Finalmente, la faena de Talavante fue valiente, pero como siempre pasa con este diestro, baratita, sin pozo ni estructura.

Sin embargo, la vida es compensatoria y el Universo inteligente. A cambio, de la morralla ha habido cosas para aceptar la reconciliación. Uno a uno, saltaron a la arena los bravísimos toros de Parladé. También está, cómo no, la faena de Miguel Ángel Perera a “Bravucón II” de la ganadería de Victoriano del Río, lidia que fue recia, construida con oficio del grande y con mucha solera. Algunos puyazos de bizarra ejecución y pares de banderillas llenos de gracia como el de Montoliu. Recuerdos que me ponen a cantarle al toreo: Como antes, más que antes te amaré. Por la vida, yo mi vida te daré… No se me olvida Román que en sus actuaciones dictó el curso: Juéguese la vida con actitud y sin perder la sonrisa, entregado, sin mácula y me puso a cantarle a la tauromaquia: En mi mundo todo el mundo eres tú. O la demostración de torería de Florito que tras la barrera, se llevó al toro tirando de él con la chaquetilla. En muchas ocasiones, el mayoral y sus cabestros nos enseñan que esto tiene muchos afluentes y que ellos pueden ser más toreros que algunos diestros, aunque debería decir, siniestros.

Puede que gestos como los enumerados en el párrafo anterior, me devuelvan a la niñez y me dejen muy nostálgico. No olvidemos que el toreo es el arte de la añoranza. Puede que la cosa se deba a que soy un cincuentón y tal vez, me he vuelto muy sensible. Aunque como dice mi amiga Carla, no es que esté envejeciendo, es que, poco a poco, me estoy convirtiendo en un clásico. Pasa que al toreo lo llevo en el alma y a lo que se lleva ahí, se le canta con nostalgia.  

  

 

 

ProfesorCultura y Arte Taurino
UPAEP
Puebla, México