No me trago lo de buenos y malos. Sólo somos diferentes y cada quien adopta la posición según los elementos culturales que recibió. Para entender el toreo se requiere una información que, en la mayoría de los casos, nos es heredada por tradición oral. En la memoria brumosa y dulce de los que somos devotos a la tauromaquia, casi siempre está la imagen del padre o los abuelos llevándonos de la mano a la plaza.

 

Nos gustan las divisiones y colgarnos etiquetas, las de moda son: taurinos y animalistas. Los hombres –permítanme verme políticamente estúpido- y las mujeres, siempre pretendemos imponer nuestro punto de vista. Desde niños nos enseñan a competir y a dominar. Al abolir las corridas de toros se está invalidando la libertad. Nunca se obligó a nadie a pagar un boleto y a meterse al tendido de las Arenas o de la Monumental. Al caso y como dicen los abogados: suponiendo sin conceder, si a los toros se les maltrata, entonces el Parlamento catalán debería prohibir también la venta de tabaco, de vino, la televisión y muchas otras cosas. Esas adicciones dañan severamente al hombre y como el toreo, no son ni de lejos necesarias. No voy a usar el argumento ya muy gastado del dolor que pasan las gallinas, los cerdos, los bovinos de engorda, los peces y los ultramarinos antes de convertirse en ingredientes del guisado, pero ¿por qué las almas civilizadas y condolidas no hacen nada por ellos?. Para ser equitativos, también se les debería proteger. De igual forma, corresponde prohibir el uso de muebles de madera ya que su comercialización deteriora a los ecosistemas y en un futuro no tan lejano, lo va a sufrir la humanidad.

 

En poco tiempo será el flamenco, después, el cante jondo, luego, la paella y poco a poco, todo lo que huela a España. Lo del Parlamento de Cataluña no tiene nada que ver con la defensa de los animales, más bien, es una postura.  Se cargaron de dos mantazos y media estocada una tradición cultural milenaria -la corrida actual, por distintas vertientes, desciende de juegos y ritos del toro que nos llevan hasta la Creta minoica- y de paso, sin consideraciones dan al traste con una industria que genera cientos de empleos. Una estrategia buena, bonita y barata para decirle hasta aquí al arte de Cúchares. Sin embargo, no tocan la tradición del toro de fuego, sabedores de que al hacerlo perderían muchos votos en la Provincia de Tarragona. Costumbre, por cierto, si nos ponemos estrictos, en la que el animal se encuentra indefenso y es incordiado por una multitud ensañada contra él.

 

Lo triste no es haber perdido Barcelona -en el resto de la Comunidad Autónoma Catalana no se daban corridas- lo lamentable es que una vez más, las arbitrariedades de unos se imponen sobre los otros. Perdimos todos. Un día, cuando los clarines ya no rasguen el viento de la tarde, el mundo será más gris, más absurdo y más vano. En tanto, el toro de lidia al ya no servir para nada se extinguirá sin remedio. Es muy caro su manejo para la producción de albóndigas  y a ver quién es el guapo que, ordeña a “Cominita” o a “Campanera” o a la vaca brava que ustedes gusten.