“Este es uno de los pocos santuarios de la bravura que nos quedan en México”, dije antes de ceder la palabra a Antonio y a Vicente. La cátedra que impartieron se dio a la luz del sol, bajo un cielo inmensamente azul y en la silenciosa majestuosidad del campo. Los estudiantes sentados en los escalones del embarcadero, tomaban notas. A unos cuantos metros de nosotros pastaban los magníficos toros de la legendaria casa De Haro.
Pedimos a los ganaderos que nos visitaran en nuestra aula del Museo Taurino de Huamantla y ellos, generosos, mejoraron
Al terminar sus intervenciones, de la llanura brava nos llevaron al redondel de tientas.
La clase era integral y el tema sobre la emotividad corrió a cargo de las hembras a probar. Lección magistral: Una mañana bastó para que cinco vacas de seis, nos devolvieran la emoción del toreo que ciento cuarenta y tantos toros -salvo los excepcionales de Los Encinos- no nos dieron en una Temporada Grande.
Muy en el tipo de la divisa tabaco y oro, cárdenas, de pitones afilados, fuertes de culata y finas de cabo a rabo, todas fueron al caballo de largo, algunas de muy largo. Repetidoras, peleando sin tregua bajo el estribo. La primera tuvo un gran estilo, acometía enrazada y a la vez, haciendo “el avioncito” rayando la arena con
Es que las seis utreras tuvieron la virtud casi olvidada de
El toreo es grandeza, sí, pero sólo si se mira desde esta perspectiva. Sólo si escapa de la insignificancia en la que tantos, con tanta naturalidad, lo han instalado. En De Haro, aguardan los pronósticos felices, las faenas trascendentes, los filones de bravura que han de rescatarnos de la mediocridad y del fastidio. Allí, y al fondo del horizonte visto desde el palco de su plaza de tientas, en que se adivina Piedras Negras y a las espaldas, tras el monte, donde campan los cárdenos de Tenexac. Entorno a los cascos de esas haciendas esperan ser retomadas las piezas de un rompecabezas abandonado.
En la fiesta mexicana no hay enanitos toreros, porque casi toda ella es enana y hasta los matadores extranjeros cuando llegan, se abajan. Y sería una exageración andarlos buscando con lupa. Después de este tentadero conmovedor, recuperadas las posiciones, comprobado que la casta curtida sigue pastando en el campo, aunque no se anuncie con frecuencia en los carteles, entonces, reverdece la esperanza: vendrán toreros saboreando nostalgias de atrevimientos, la garganta seca de sed de toros bravos y ansias de verdadera gloria. Vendrán con la intención irreprimible de apropiarse los recuerdos apasionantes que desvelan los aficionados.
Cuando caminábamos de la plaza de tientas al comedor de la casa -los de Haro, agasajaron a los alumnos como a las personalidades que son. Es más, Antonio dijo que se sentía honrado por recibir a gente que paga por aprender más de la locura que es el toreo- cuando nos dirigíamos a la mesa, se acercó un matador en retiro: ¡Enhorabuena! –dijo- todas se han dejado.
El ganadero y yo nos miramos socarronamente. En eso estribó la mágica emoción de la mañana, en que, precisamente, las vacas de De Haro, siendo claras, nobles y por sobre todo bravas, ninguna se había dejado.
Profesor Cultura y Arte Taurino
UPAEP
Puebla, México