Informa desde México. José Antonio Luna Alarcón. Profesor Cultura y Arte Taurino. UPAEP

No sé qué piensen ustedes, pero llegó el momento de actualizar esto del toreo. Corren tiempos en los que nos horroriza el maltrato animal, pero el sufrimiento humano lo toleramos con toda la indolencia del mundo.
La nota que me mueve a escribir este artículo aparece perdida en un portal taurino y simula que no es muy trascendente, pero no es así, la verdad es que tiene una tremenda importancia. El parque Warner de Madrid ha retirado la figura del Conejo Bugs en una temática de toros. ¡Adiós! Nada que tenga que ver con esa actividad que es tan salvaje y anacrónica. Los grandes monopolios de productos y alimentos para mascotas no quieren que los niños hereden una tradición tan rica y el susodicho conejo -que también, ya está pasado de moda- no volverá a figurar de luces, por lo menos, en ese lugar. Las grandes presiones de los animalistas desesperaron a los directores del parque y echaron para fuera el conejo con todo y muleta y zanahorias.
Integrantes del grupo Podemos –el nombre anticipa su prepotencia- opinaron en sus redes sociales algunas cosas como que no era coherente que en un parque para niños, se ponderara una tradición “bárbara y sangrienta”, además, mencionaron que la ONU ha recomendado a España el alejamiento de los infantes de la tauromaquia. A la organización de países alineados con Estados Unidos le conmueve el maltrato a cornúpetas, pero no, la violencia contra los niños sirios, salvadoreños, africanos, mexicanos y de otros países. A los nuestros, los hijos de los mojados, no les llueven bombas, pero sí son explotados en sus trabajos como recolectores en los campos gringos de sandías, pepinos y las zanahorias que se come Bugs Bunny.
La carrera taurina de Bugs en el parque duró desde 1953 hasta este año que está por terminar, en el que forzadamente le cortaron la coleta. Sin embargo, los animalistas tienen razón en algunos de sus argumentos. Por ejemplo, aseguran que el toro es martirizado. Eso, con sus asegunes, porque para martirizar es necesario que el sufriente este indefenso y los toros, los verdaderos toros, no están indefensos ni de coña y por el contrario, en fortaleza y violencia llevan ventaja sobre el torero. El problema está en las trampas, que no son, para nada, las que circulan por internet. Se martiriza, por ejemplo, minándolos con esos cañonazos de puyas mucho más grandes que las permitidas y que, tarde a tarde, son empleadas arteramente en las corridas. El sábado que pasó, en Tlaxcala vi a un toro de De Haro recibir un bombazo del que brotó una fuente de sangre que dejaba charcos en la arena.
Para ponernos a tono con los tiempos que corren propongo algunas renovaciones que le salven la vida a la vieja y preciosa tradición del toreo. Por repetir algunas que ya he dicho, propongo que se reduzca la puya para picar toros casi a la medida de la que es reglamentaria para novillos, con ello, el castigo no será ventajista, sino el necesario para descongestionar al cornúpeta. Además, de reducir la crueldad, la suerte de varas recobrará su esplendor. También, que el matador sólo tenga tres oportunidades de tirarse a matar y el mismo número para descabellar, en caso de no despachar al toro, que este regrese vivo al corral.
Una vez lanzado el gancho al hígado contra los puristas, déjenme decirles que la corrida incruenta es una falacia, porque el animal al haber sido toreado ha aprendido y en caso de volver a ser lidiado se irá al cuerpo del torero, por tal motivo, es obligatorio sacrificarlo para consumo humano en los corrales de la plaza. En cuanto a los rejoneadores, ni cómo defenderlos, por eso los incordio.
En la actualidad taurina, corrida a corrida, somos testigos de cómo la gente del toro es más dañina para la fiesta, que los antagonistas. La mayor parte no ha entendido que torear es burlar al toro, no escarnecerlo. Lo más sensato es hacer caso a los animalistas en lo referente a evitar el maltrato, permitiéndo sólo el estrictamente imprescindible, como en el rastro. Y, desde luego, que si se anuncian toros, por la de toriles salgan cuatreños en puntas, y el valiente de turno -llevando en las hombreras todo el mérito- lo reciba con una verónica de las de “¿qué hay de nuevo viejo”?.