Aburren los dimes y diretes con los que hierve la olla. Lo digo en serio, no cuenten conmigo. Lo he repetido por aquí y por allá, no pienso mover un dedo. Por un lado, están los políticos que van a la plaza y los toreros que les brindan un toro y juntos celebran el hecho, ole con ole. Hasta que un día -de buenas a primeras- resulta que amanecen convertidos en fervientes defensores de los animales y tómala barbón, quieren prohibir la fiesta y borrar su pasado con la cola. Por el otro, están los colectivos que, sumergidos en la ignorancia, son presa fácil de los que medran con la estupidez ajena y los ponen a gritar consignas al paso de los aficionados que se acercan a la plaza. Y cuando los animan un poquito hasta coches queman y agreden a la gente. Nunca más. A pesar de que profeso el derecho a la libertad y de que amo entrañablemente la tauromaquia, de todas maneras, ya no estoy dispuesto a defenderla de los ataques antitaurinos.

Basta de tanta tontería. Defender la fiesta es poner la cara por delante, para que una panda de timadores se llene los bolsillos. Hasta aquí de tanta mierda camuflada de tradición y cultura. De verdad, ya no cuenten conmigo. Solo si un día, alguien estando hasta la coronilla toma medidas y decide defender el toreo de las garras corruptas de los propios taurinos, me sumo a su causa. Estoy dispuesto a incorporarme a todos los Tendidos Siete que en el mundo haya.

Destilo amargura. Más, después de haber escuchado una conferencia de Carlos Carsolio, el hombre que ha conquistado las catorce montañas más altas del mundo. Entre otras cosas, habló de que en las grandes crisis se encuentran las más grandes oportunidades, o sea, en las cumbres heladas o te esfuerzas o mueres. En el toreo nacional vivimos momentos de negra evidencia y esto cambia o se acaba. Vean lo que hay: Corridas como la del domingo en la Plaza México, es decir, un fraude monumental del tamaño del propio coso de Insurgentes. Otro engaño, el de un día antes en Tlaxcala. Casualmente, el nombre del Zotoluco apareció colgado en los dos carteles. Uno más, la bribonada que se dará próximamente en el Relicario, en el que las autoridades de la ciudad de Puebla han permitido unos precios exorbitantes y que se anuncie un festejo con ganado por designar. Cosa que sólo puede traer dos males: o es un encierro parchado en el que han comprado el desecho de varias ganaderías, o está funcionando a todo vapor la novedosa trampa del Juli para matar dos novillitos escogidos, que no serán sorteados mientras los otros dos alternantes se joden y pechan con lo que les ponga la empresa. Si alguno de ustedes va a levantar los estandartes en contra del saqueo, la burla y la mediocridad, entonces, sí, estoy dispuesto a seguir peleando.

Guerra sin pedir cuartel. Me sumo a los que estén plantados a impedir más tropelías. ¿Por qué siempre han de ganar los malos?. Basta ya de la indecencia de Rafael Herrerías, alto, también, a sus colegas que se pasan de listos. Suscribo el rechazo absoluto a las faenas ratoneras del Zotoluco. Un nunca más al toreo desleal de casi todos los otros. Mi desaire a los maestros españoles que pisando tierra mexicana se convierten en verdaderos hampones y sólo vienen a vernos la cara. Mi repudio a los encierros fraudulentos como el de Julián Handam. Repulsión a las porras cómplices de las empresas. Asco a los periodistas que toleran o engañan. Lo del toreo verdad, aquí, es un camelo idiota, un sueño imposible, no existe. A final de cuentas, siempre quedará Sevilla. Cambiaré lo gastado en tantos fiascos mexicanos por una tarde en la Maestranza y vladrá mucho la pena. Eso, si antes no me meto a alpinista y me dedico a gozar de los privilegios de serenidad y belleza de los que habla Carsolio. Además, tendré la certeza y la paz de saber que los atracadores del toreo más cercanos, se hallan allá abajo, a muchos kilómetros de distancia.