Habría que remontarse al siglo XIX para encontrar nombres casi legendarios como: José Romero (hermano de Pedro), Desperdicios o Hermosilla, que nos sirvan de ejemplo, para encontrar espadas más o menos conocidos, que en su época, fueron capaces de enfrentarse a un toro siendo ya sexagenerios. Del pasado siglo XX, dos toreros cumplían con esa norma, el madrileño Antoñete q.e.p.d. y el sevillano Curro Romero, ambos toreros distintos, de personalidad indiscutible y que les unía una larga permanencia en el oficio.

Hoy vamos hablar del diestro de Camas, orillando para otra ocasión al torero del mechón de plata.


    Hablar de Curro Romero es hablar de la  esencia pura del arte de torear. Su indiscutible personalidad. Su intuición. Su naturalidad. Su libertad de interpretación. Su magia y, hasta su valor… nos hace pensar que Curro Romero fue un torero carismático e irrepetible. Lo que entendemos los aficionados por !Un torero de época!.

     La historia de la Tauromaquia que en tantos casos va de la mano con la leyenda hasta confundirnos más de una vez, está hecha de los intentos, de los logros y hasta de los sueños e ilusiones de quienes fueron haciendo el camino adelantándose a su tiempo. Son los genios, los sabios. Ellos trajeron el viejo rito hasta nuestros días y que ahora se han convertido en el espejo del futuro que ha de venir.
A este ilustre grupo de elegidos, pertenece el torero de Camas «Curro Romero,»»considerado un símbolo de la pureza y de la majestad… !Un mito…!
Dicen que el periodista e investigador Ventura Bagües «don Ventura» escribió resignado: «Los mitos se levantan para complacer instintos y no para servir inteligencias». Es su opinión que hay que respetar, pero las cosas son como son, están donde están y más vale ya no tocarlas.

       El muy agudo  periodista-escritor y colaborador del diario ABC, Antonio Burgos Belinchón  es el autor del libro: CURRO ROMERO «LA ESENCIA». Tal libro contiene las memorias deldictadas por él mismo, y en las que cuenta, lo malo y lo bueno, de toda la historia de su vida,  la familiar y la profesional.  Romero narra al autor del libro, que a la corta edad de sus doce años, él ya trabajaba de zagal, guardando cochinos, en un cortijo cerca de la Cartuja, a la vera del  «Guadalquivir.  Y  como escuchaba, desde la otra orilla del río, los olés que el vientecillo de la tarde le traía de la plaza de toros de la Real Maestranza de Sevilla. «Yo solito, con mis vaquitas, y aquél murmullo que venía de la plaza…allí empecé a querer ser torero».  Romero, en un alarde de memoria, cuenta a su biógrafo muchas y divertidas anécdotas de como fueron sus principios en tan difícil y arriesgada profesión. Recuerda como aprendió a componer la figura, mirándose a un espejo muy grande que tenían sus padres en el comedor de su casa. «Yo me fijaba mucho como toreaba Salomón Vargas y Vicente Vega, que eran gitanos por los cuatro costados». «Con ellos, aprendí a ejecutar las suertes, a coger un capote, una muleta, ya que en mi casa yo no tenía ninguno de estos avíos».

 


   Los Romero-López, eran una familia sencilla, humilde, que para más inri, el padre tuvo que entrar en la cárcel, seis meses, por robar unos cochinos. El pobre  Francisco, ante aquella ruina, optó por buscarse un empleo y ponerse a trabajar para ayudar a su familia. Su abuela María Velázquez, antigua conocida de la farmacéutica doña Maravillas Bocio, lo colocó en su recién inugurada farmacia de «La Pañoleta». Los dueños al enterarse que el nieto de María quería ser torero, le dejaban la bicicleta de los recados hasta para ir a los tentaderos. Un día tuvo que entregar un paquete de medicinas y pasó por la calle donde tiene el taller de sastrería Antonio Manfredi, y por una de las ventanas que daba a la calle, veía a las costureras cosiendo y bordando los vestidos de torear que él soñaba con ponérselos algún día.
Al poco tiempo, cambió de farmacia. Otra vez su abuela María que era anticuaria y tenía relación comercial con un médico de Camas, le encontró  acomodo en la farmacia de D. Pedro Fernández Conradi, del mismo pueblo.  Allí conoció a Marqueño, novillero como él, quién sabiendo las formas que exhibió   en la novillada de su presentación en «La Pañoleta», lo recomendó a Pepe Brageli que había llegado hasta allí a montar unas novilladas en aquella plaza, para que las lidiara su pordentante, el novillero sanlúqueño José Martínez Limeño.
Brageli ante la terquedad de Marqueño aceptó acartelar al joven Curro en un de esos festejos con la idea, de que el novillero de Camas le traería mucha gente a la plaza. Al enterarse el boticario Conradi que iba a torear en «La Pañoleta» le dijo: «Como seas tan tranquilo en la plaza como aquí para hacer los mandados, nos va coger allí a to’s la noche». Ese día Curro estuvo sensacional, pero casi acierta el boticario.


     Pepe Brageli hombre listo donde los haya, enseguida que lo vio, dijo este es mío. Le hizo un contrato y lo paseó por todos lo pueblos de la provincia. Más tarde Pepe Brageli por problemas económicos, le cedió sus derechos, por solo tres mil duros, a Miguel Moreno que se había quedado sin torero al marcharse de su lado «Chamaco». Miguel Moreno le firmó cuatro novilladas sin caballos y una más con los montados, para que le sirviera el día de su presentación en la Monumental de Barcelona. Era la primera vez que Curro se montaba en un avión.

         Su nuevo apoderado que le había hecho  retratarse vestido de luces en el estudio del fotógrafo Arjona, le hizo una tremenda propaganda por toda la ciudad Condal, que obligó a don Pedro Balaña a ir al aeropuerto a recibirles. Muchísimos aficionados de todas las partes de España, acudieron a la Monumental para ver torear a Curro. Uno de los que no faltó fue Conradi el boticario de Camas. El cartel del debút estaba compuesto por los novilleros Antonio Gallardo, Miguel Montenegro y él, que estuvo muy bien con el novillo cortándole una oreja. A la  semana siguiente le volvieron a repitir y esta vez salieron bastos. Le había tocado un novillo manso con el que estuvo muy bien, pero que luego se lío a pincharlo y, al final, se lo tuvieron que encerrar.


La vuelta a Sevilla  ya no la hizo en avión. Pues, su apoderado no quería ya ni verlo y tuvo que regresar a la capital andaluza en tren y  llorando.  Después vino su incorporación a filas y, en el año 1958 lo cogió el apoderado que siempre quiso tener, el cordobés Diego Martínez Vidal que llevaba al torero de Córdoba, José María Martorell.
Curro Romero por aquél tiempo ya  ganaba algún dinerillo y como le gustaba tanto el flamenco, se le arrimaban  muchos «moscones». Estos iban a por él, lo sacaban de su casa, se lo llevaban de aquí para allá y de allá para acá y, en cuanto llegaba la noche, se iban todos a escuchar flamenquito.  Allí se tomaban sus copitas y una vez calentitos acababan todos en una casa de «niñas».  Enterado don Diego Martínez de todo este asunto, le puso las cosas muy claritas y le dijo: «Curro», aquí hay mucho peligro para ti. Mañana estás preparado. Vendré a recogerte. Te despides de los tuyos y te vienes conmigo a Madrid. Vas a hospedarte a partir de ahora, en el Hotel Wellington…!Olé! Eso es bonito. Me gusta don Diego», contestó el camero.
Al día siguiente cuando Curro entró por aquella puerta del Wellington se emocionó tanto que se puso a llorar como un chiquillo. Aquél año no cobro ni un duro, todos los dineros fueron pocos para pagar las deudas contraídas.

        «Don Diego Martínez ha sido la persona que más categoría me ha dado, en toda mi vida de torero» dicen que dijo Curro.

Una de la cosas de las que El «Faraón de Camas, se siente más orgulloso es de haber abierto en siete ocasiónes la puerta grande de la Ventas de Madrid. Pudo ser ocho, pese a haber cortado esa tarde dos orejas a un toro Curro se negó. Y si hablamos de su Sevilla, bastaría con decir que una decena de veces cruzó el umbral de la puerta del Príncipe a hombros de sus más  incondicionales admiradores, por esa forma tan suya de hacer el toreo. Ese bagaje de triunfos, no los tiene nadie que se haya puesto un traje de luces. En el lado negativo pesan mucho sus tardes de luces y sombras… Sesenta y un años se han cumplido el pasado 18 de marzo desde que a Curro Romero le entregara el toledano Gregorio Sánchez en presencia de su paisano Jaime  Ostos, la borla de matador de toros en la ciudad del Turia. Desde entonces Sevilla está esperando a su heredero. Nos preguntamos: Llegará…?

Antonio Rodríguez Salido.-

Compositor y letrista.-

Escalera del Éxito 176.-