El Rito del Toro de San Marcos, en Extremadura.

 

 

 

 

Aunque parezca mentira y como en las meigas, haberlos  hay los. Por ello, lo que se pretende bajo este titular es simplemente sacar a la luz la actuación de religiosos, que durante algún momento de su vida ostentaron esa doble condición, aunque debiendo dejar claro, que de forma general y según la información consultada, primó lo religioso sobre lo profano, y su protagonismo ante los toros, puede decirse  que fue de forma esporádica, aunque por tratarse de personas muy conocidas por su dedicación a la vida religiosa, el simple hecho de intervenir, aunque fuera de una manera circunstancial en festejos de toros, y al ser este tipo de espectáculos públicos y concurridos, les hacían conseguir gran notoriedad, que llevaba aparejado, lo pretendieran o no,  un  gran impacto social, pues está claro que en las épocas en la que discurren la mayor parte de los relatos, parece que llamaba poderosamente  la atención, ver la imagen de curas con los “hábitos arremangados” corriendo delante o detrás de los toros.

 

Para que pudiera darse esa doble condición, era necesario  reunir en una misma persona una serie de circunstancias total y absolutamente necesarias, como ser joven, estar absolutamente pletórico de facultades, tener como tenían los curas la cultura necesaria para el desempeño de las funciones propias del sacerdocio en la época a que nos estamos refiriendo que por aquellos entonces era un bien escaso. Por si todo eso no fuera poco, era condición necesaria no tener fisuras en sus creencias religiosas, ser valiente sin jactancia, ser persona susceptible de emocionarse, pero a la vez, divertirse  con el riesgo que asumían,  y por supuesto,  con el ánimo predispuesto para ayudar al prójimo aún en actos tan peligrosos como son sin duda el burlar, correr y sortear a  reses bravas, unas veces en defensa de su propia integridad, y otras muchas, tratando de amparar a otras  personas que pudieran encontrarse en apuros. En general y salvo raras excepciones, participaron en los festejos taurinos sin contraprestación económica alguna, no obstante de ser salvo excepciones, más bien exiguos los ingresos que  obtenían en el desempeño de su labor sacerdotal.

 

Por los indicios encontrados, parece tomar cuerpo la tesis de la compatibilización, es decir, que siendo clérigos, pudieron ejercitar su destreza ante los toros sin pretender en ningún momento poner en entredicho de forma generalizada, ni la conducta ejemplar, ni el respecto que en todo momento debe merecer el  hábito sacerdotal, que   lo constituyó la clásica “sotana”. Pero como ocurre en otras actividades de la vida, entre los curas parece que también   existieron garbanzos negros, porque hubo algunos curas, no tan modélicos, que debido a que su actuación, expresiones, y forma de vida, – a juzgar por la información obrante -, no debieron ser consideradas las adecuadas o propias para un sacerdote, por lo que sus reiteradas conductas desembocaron en las correspondientes denuncias al Fiscal del Obispado, incoándoseles  expediente ante el Tribunal Eclesiástico competente. En algunos casos extremos, y ante el cúmulo de desafueros, el propio desarrollo  del proceso  propició que fuera necesario catalogar el asunto como causa criminal, aunque parece que no son muchos los casos en los que fue preciso llegar a esa situación extrema, debiendo tener presente, que en los casos en que se inicia expediente disciplinario corrector, es porque la conducta por la que se  juzgaba,  se apartaba en mucho de la transparencia inmaculada que siempre fue deseable y  exigible en un sacerdote, aún en circunstancias especiales en las que es perdonable algún pequeño desliz, como sin duda, puede  acontecer en espectáculos taurinos.

 

Con la intención de dar unas breves pinceladas que aseveren y certifiquen cuanto antes se dice, y tomando como base para ello la obra del historiador Luís del Campo que contiene una gran cantidad de expedientes  sobre curas que en algún momento fueron  toreros, expedientes que a mayor abundamiento, se encuentran  en el Archivo Episcopal de Pamplona, provincia donde se desarrollaron los hechos. Hay que tener en cuenta que la Iglesia nunca fue decidida partidaria de lo que hoy conocemos como tauromaquia. De la numerosa relación de nombre y hechos que se citan  y para no hacer demasiado tedioso este trabajo, voy a entresacar algunos de los casos, que a mi modo de ver, resultaron más sobresalientes e importantes en cuanto a que alcanzaron mas nombradía en el arte de torear, aunque sean unos de los mas benignamente tratados por  la justicia eclesiástica. Debo decir no obstante, que casi todos los casos tienen algún matiz diferenciador, aunque es lógico pensar, que todos tienen en el fondo el mismo hilo conductor, pero también es cierto, que algunos casos dan mas “calambre” que otros, entiéndase la ironía.   

 

Para intentar dar una breve pincelada, es obligado en justicia comenzar por Babil Antonio Locen que desempeñó capellanía fundada en la parroquia de San Saturnino en el año 1665, dotándola con “cincuenta y cinco peonadas de viña y sesenta y dos robadas de tierra blanca” sitas en el término de Pamplona. No se ha logrado saber en que lugar, o de que forma o manera practicó su aprendizaje taurino, aunque si se sabe que su vida corrió pareja con el as de la tauromaquia de su época, llamado Bernardo Alcalde y conocido con el sobrenombre taurino de “El Licenciado de Falces”  que pudo ser sacerdote-torero o quizás torero y después presbítero; no se nos aclara que fue primero, por lo tanto la duda continúa.