Se recorrían los Monumentos con el  Santísimo, las mujeres se ponían las mantillas de encaje sobre las altas peinetas, los hombres vestían de oscuro, en los cines  ponían películas sobre la Pasión y en la radio se oía música sacra. Había procesiones más o menos peculiares, las imágenes estaban cubiertas de telas moradas y, desde el elevado  púlpito, el orador sagrado tronaba apocalípticamente el ambiente con la exposición del significado de las Siete Palabras de Jesús en la Cruz. El sacerdote se lavaba las manos antes de iniciar la Consagración y se volvía con los brazos extendidos hacia los fieles y en latín pronunciaba un “Domininus  vobiscum”, el Señor sea con vosotros, que conmovía a los fieles. Y el sábado se rompían todos los velos, se lanzaban al viento los sones triunfales, los teatros y cines estrenaban sus mejores novedades y en muchas plazas de toros se abría la temporada con una gran corrida. En Zaragoza también, incluso llegaban las revistas de “varietés” a pesar de que la ahijada de Millán Astray, Celia Gámez, decía que el público de la capital aragonesa era el más complicado de España.

 

Esa tradicional corrida de Pascua se convirtió, por obra y gracia de los afanes innovadores de don Diodoro, el yerno de Pagés, en la Feria de Primavera y, aunque contrataba a los mejores  con el trío de Puerta, Camino y El Viti como base, resulta que no llegó a cuajar nunca. La primavera por esas tierras no suele ser muy apacible y, aunque la cubierta podría haber sido un lenitivo contra el cierzo, no se ha conseguido  que el coso de don Ramón Pignatelli se pueda considerar de temporada pese a los empeños oficiales de los pliegos de arriendo. Hubo un momento, a principios de los 80 del siglo pasado, en que parecía que no habría ni un solo empresario que se hiciera cargo de la explotación de la plaza. Aquello se soslayó de la mejor forma, luego se autorizaron los festejos populares que le añadieron algo de salsa al guiso pilarista y la citada cubierta le puso un poco de calor a las intemperancias del ambiente y de los llamados aficionados y sus sesudos mentores. La nobleza baturra convertida en una lucha navajera de la que yo mismo salí escaldado. Me parecía que aquello no podía ir a más y resulta que en estos momentos  de penuria se ha acentuado la guerra de guerrillas y dos bandos se disputan los mandos del cotarro. Y, como tenemos estos medios de comunicación modernos, resulta  que cada uno se ampara en su trinchera y dispara a todo lo que se mueve. Para más dolor sucede que cada uno puede dictarse su propio reglamento con el curioso resultado de que en Madrid se puede salir por la Puerta Grande si se corta una y una oreja y aquí es necesario cortárselas a un mismo toro, como si no fuera factible que hubiera que sacar a hombros a un torero que no ha cortado ninguna oreja. Un día de estos contaré lo que para mí es el toreo de capa y lo que recuerdo que era Antonio Gallardo en la plaza de Sevilla.

 

Bueno, como están las cosas tan complicadas por estos lugares, el empresario, Ignacio Zorita, se ha armado de valor y nos anuncia la temporada primaveral con una corrida concurso de ganaderías para que se luzcan los que pintan las rayas en el ruedo, se paseen los picadores de portón a portón, se guarden en el antiguo patio de caballos y se pique en una pequeña porción del albero frente a los chiqueros. Las dos rayas las inventó Domingo Ortega cuando se retiró. El peto no deja ver al toro y no es más bravo el que más veces entra al caballo al peso sino el que va al castigo con alegría y fiereza y empuja sin desmayo. Para todo eso no hacen falta rayas ni ceremonias. El afán de mandar y gobernar. Hubo alguien en mis tiempos que se arruinó por eso, por  querer mandar y gobernar la fiesta. Cosas. Pues, para iniciar esta temporada de 2011, el discutido señor Zorita nos ofrece un concurso de ganaderías: un toro de Concha y Sierra, veremos si de su origen vazqueño o de lo nuevo de Juan Pedro, otro de los Herederos de Felipe Bartolomé para recordar a los de Conde de Santa Coloma, otro de Juan Luis Fraile, en la misma línea por la vía de don Graciliano, otro de Adolfo Martín, los albaserradas distinguidos en el Levante hace unos días, un lisardo de Adelaida Rodríguez  y el último  de “Toros de la Reina”, de Trujillo (Cáceres),  Domecq y Núñez. Esperemos que sean toros elegidos para competir en este campeonato de la bravura y que sus lidiadores, Javier Castaño, Serafín Marín y Alberto Álvarez, sepan darles la lidia adecuada. Difícil papeleta para ellos y sus cuadrillas y en especial para el último, el de La Valareña, barrio de Ejea de los Caballeros, que, como se dice en el argot taurino, “es el menos toreado”. Con perdón, don Alberto. Esta corrida se celebró el pasadoo sábado, 16 de abril, vísperas del Domingo de Ramos. “El que no estrena no tiene ni pies ni manos».

 

El miércoles, el periódico me cuenta que Alberto Álvarez ha sufrido una voltereta en su necesario entrenamiento con resultado de fractura de cuatro costillas y luxación en el hombro izquierdo, lesiones que, lógicamente, descartan su participación en esta corrida. Pero ¿desde cuándo impera la lógica en este mundo?  Veremos. Para el Domingo de Ramos, la empresa nos anunciaba una corrida de Parladé, ahora portuguesa pero con un claro origen hispano de Vistahermosa con ganado procedente de Gamero Cívico, Tassara y Domingo Ortega y lo no veragüeño de don Juan Pedro. Es el cartel estrella con el renacido Juan Mora, el único matador de los últimos tiempos que no utiliza el estoque simulado, por lo que pudo rematar en el instante justo su medida faena madrileña, el interesante artista burgalés Morenito de Aranda y Daniel Luque, que nos sorprendió hace ya un par de temporadas en Madrid con su toreo a la antigua por ambas manos y sin espada. Un cartel prometedor. El día de San Jorge, fiesta nacional aragonesa, inglesa o rusa, Sábado de Gloria en la vieja liturgia, una corrida de rejones con los murubes de “Castillejo de Huebra”  para Andy Cartagena, Álvaro Montes y Sergio Domínguez. Muy complicado este calendario festivo en el que coinciden tantos factores que no sé si van a quedar gentes en Zaragoza a pesar de la subida de la gasolina. Y el 8 de mayo una corrida nacionalista con toros extremeños de la que ahora se conoce por “Peñajara de Casta Jijona” y de procedencia gloriosa de don Baltasar Ibán, un ganadero de raza. Los aragoneses Ricardo Torres, Daniel Cuevas y Carlos Gallego se encargarán de su lidia. Tanto el veterano Torres como sus más nuevos compañeros Cuevas y Gallego son puras incógnitas de una historia apenas vivida y menos contada. Y, en dos fines de semana de este mes de mayo, cuatro novilladas en las que figuran el mejicano Diego Silveti, saga torera de gran raigambre, el francés Dufau, con una sola efe, Juan del Álamo a punto del doctorado, López Simón y Víctor Barrio. A  todos, matadores de toros, toreros de a caballo, novilleros y sus correspondientes cuadrillas, el valor se les supone. Al  empresario, en estos tiempos y en esta Zaragoza, se le reconoce. Suerte para todos. Y para la fiesta.