Tal vez pudo parecer sorprendente lo expuesto en el artículo “Curas Toreros” sobre las aficiones clericales a las corridas de toros y los correspondientes desencuentros con las autoridades eclesiásticas. De su lectura pudo deducirse que tal afición solo arraigaba entre curas de pueblo, novicios o seminaristas.
Mas a pesar de lo sorprendente que pudiera parecer y como contradicción a las prácticas imperantes en
Ese mismo autor, en igual obra, sigue diciendo: “y no pudo ser menos que con este desorden y atropellamiento, la fatalidad que acaeció en Roma el año 1332, cuando murieron en las astas de los toros muchos plebeyos, diez y nueve caballeros romanos, y otros nueve fueron heridos; desgracia que no se verifica en España siendo el ganado mucho más bravo. Por este suceso se prohibieron en Italia ese año”.
Las fiestas a que se refiere Moratín se dieron en tiempos del Papa Juan XXII (1316-1334), el que instituyó el famoso “Tribunal de
A pesar de lo que dice Moratín, el desorden imperante en la mayoría de los festejos, romanos y españoles, provocaba que más de un clérigo denunciase los desmanes que se producían en dichos eventos, como lo reseña el Padre Pedro de Guzmán en su obra ”Bienes del honesto trabajo y daños de ociosidad”, de 1.614, cuando dice: “Es desgracia corriente tirar al toro una vara y clavarse en la cabeza o pecho del que está en el tablado”.
Por diversos autores tenemos conocimiento de varias celebraciones de corridas de
Una de las ocasiones en que estas fiestas taurinas se celebraron en Roma fue en tiempos del Papa español Alfonso Borja, conocido como Calixto III (1455-1458), miembro de una influyente familia de Xátiva y gran aficionado a la música de campanas, hasta el punto de ordenar, siendo Papa, que todos los días del año, a las doce de la mañana, todas las campanas debían hacer sonar su broncínea melodía. Ese “talante festivo” del Pontífice, unido a su raíz hispana, nos lleva a presumir que también es probable que ordenara la celebración de algún festejo taurino con motivo de la canonización, recién elegido papa, de su paisano san Vicente Ferrer, en 1.455.
Igualmente existen referencias de celebraciones taurinas en tiempos del Papa Inocencio VIII (1484-1492), quien al parecer ayudó a Cristóbal Colón en el descubrimiento de América, y se sabe que celebró solemnemente la “toma de Granada” (por cuya gesta concedió a los reyes Isabel y Fernando el título de “Católica majestad“, tras cuya distinción fueron conocidos como “Reyes Católico“). Suponemos que, con motivo de esas dos efemérides, las corridas de toros formarían parte de los festejos programados.
Tras la etapa de venalidad y nepotismo de Inocencio VIII, accede al solio pontificio otro español, nacido en Xátiva, de la famosa familia Borja o Borjias para más señas, de nombre Rodrigo, que tomó el apelativo papal de Alejandro VI (de 1492-1503, fue elegido Papa siendo obispo de Cartagena-Murcia 1482-1492). Su vida disoluta y su ambición no tuvieron límites y de su relación licenciosa con una tal Vannozza Catanei le nacieron varios hijos, entre ellos César y Lucrecia, con la que el vulgo decía que, tras una relación incestuosa con su padre, tuvo un hijo conocido como “el infante romano”. Decir en su favor, a fe de no parecer ser un verdugón, que fue el que abrió la “puerta Santa” del Vaticano y encargó a Miguel Ángel la famosísima escultura de la Piedad.
Durante su pontificado se celebraron varias corridas de
Esas fiestas del “cacce di tori“, como se las conocía en Italia, las continuó el sucesor de Alejandro VI, el antiespañol Julio II (1503-1513). Este mecenas de las artes, como la mayoría de los papas del Renacimiento (fue el que encargó la construcción de
Otro evento conocido fue el acaecido el lunes de Carnaval de 1.519, y lo refiere el padre Julián Pereda, jesuita, que lo toma de
A este respecto, sobre las formas anárquicas de celebrarlos, nos dice el Padre Regatillo en “Casos de derecho Canónico, II” que: “innumerables gentes se apiñaban en la típica plaza de Navona para contemplar la lidia, sin que hubiera barrera ni más valla que la que ofrecían los cuerpos inermes de la multitud, se comprenderá lo brutal y condenable de tales espectáculos”.
Tras la pausa impuesta por el Saqueo de Roma, en 1.527, las fiestas de carnaval volvieron a celebrarse en el año 1536, con la participación popular, en la que: “se despeñaron por el Testaccio carros cargados con cerdos y unas corridas de toros en la que se despeñaron trece toros, que luego fueron despedazados a mandoble por caballeros que los esperaban en la caída”.
Otra fiesta de cacce di tori fue la que dispuso el Papa Paulo III en 1539 (el que convocó el Concilio de Trento, uno de los más importantes de
Muchas corridas más se siguieron celebrando en años sucesivos en las que no faltaron, junto a las corridas de toros, carreras por la vía del Corso, a las que asistió como espectador Julio III (1550-1555), el que, por temor a perder las prerrogativas papales, clausuró el Concilio de Trento.
“En 1556, el poeta francés J. du Bellay todavía pudo contemplar una corrida de
Once años después, de la muerte de Julio III, llegarían las famosas prohibiciones pontificias a las corridas de toros. El primero en intentarlo fue Pío V, quién ordenó al Gobernador de Roma que las prohibiese, bajo pena de muerte a quienes no acatasen la orden.
A decir verdad ni
Plácido González
BIBLIOGRAFIA
– Luis del Campo, “Pamplona y Toros. Siglo XVII”
– Vargas Ponce, “Disertación sobre las corridas de toros”
– Luis del Campo “La Iglesia y los Toros”
– Julio Caro Baroja “El estío Festivo”
–
– P. Julián Pereda, S.J. “Los toros ante la Iglesia y la Moral”
– Urbano Esteban Pellón, “El Toro Solar”
– Padre José M.March, S.J., “Razón y Fé”
– Julio Gutiérrez Marqués, “Tauromaquia en tres tiempos”