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En la plaza de toros de las Ventas, desde su inauguración en 1.931, han ocurrido infinidad de sucesos interesantes y grandiosos. Desde el primer rabo concedido en esta plaza ­Juan Belmonte – hasta el triunfador de la pasada temporada Sebastián Castella -, pasando por las apoteósicas actuaciones de Manolete, Pepe Luís, Antonio Bienvenida, la despedida de Marcial Lalanda, El Cordobés, Luís Miguel Dominguín, Palomo Linares y tantos y tantos otros, las muertes por cogida en la plaza de Félix Almagro, Pascual Márquez, «El Coli» y Antonio González «Campeño», el aficionado ha tenido ocasión de disfrutar del buen toreo, de muchos momentos de emoción y alguno de tristeza. Pero entre tantos miles de corridas celebradas hay una que no será con toda seguridad la mejor pero que el aficionado y gentes de los pueblos de Madrid recuerdan con alegría y nostalgia a pesar de los años transcurridos; la llamada «Corrida del Siglo».

¿Qué aficionado recuerda que aquel año de 1982 se vivieron momentos importantes como la visita del Papa Juan Pablo II, el primer gobierno del PSOE, la apertura de la verja de Gibraltar, o el drama valenciano por la rotura de la presa de Tous? Seguro que no se ha olvidado de la corrida del siglo.

Feria de San Isidro. Entre otros Juan Mora, Manolo Vázquez, Curro Romero, Antoñete, Paquirri, Roberto Domínguez, Rafael de Paula… en fin, todas las figuras del momento y casi terminando la feria, el miércoles 2 de junio se anuncia una corrida de Victorino Martín para Francisco Ruiz Miguel, Luís Francisco Esplá y José Luís Palomar. Y a partir de aquí, la apoteosis de las actuaciones de los toreros y la emoción dada por los toros de Victorino. Orejas para los tres, ovaciones, vueltas al ruedo que premiaban una labor encomiable de los tres espadas que dejaron en el ruedo toda su capacidad de aquellos momentos: la maestría de un Ruiz Miguel curtido en mil batallas con las «alimañas» del ganadero de Galapagar, la alegría, disposición y unos grandes tercios de banderillas de un juvenil Luís Francisco Esplá y el esfuerzo, valor y ánimo de José Luís Palomar que no consintió dejarse ganar la batalla. Después, el paseo por el ruedo en hombros, inenarrable, rodeados de «capitalistas», no como ahora que uno solo carga con el torero triunfador, y al final esa salida por la Puerta Grande donde esperaban cientos y cientos de personas sorprendidas por aquella grandiosidad de un merecido triunfo.

Fotografías, entrevistas, cualquier cosa que decían aquellos «héroes», era importante. Todo lo acontecido aquella tarde permanece en la memoria de todo aquel que vio la corrida en la plaza, del que la vio en televisión,-hasta dos veces hubo que retransmitirla por su importancia, caso único en la historia-, y del que no la vio, porque a fuerza de ser repetida por los aficionados muchos creían haberla visto.

Todos los actuantes coparon los «Premios Mayte», que eran los únicos premios que en aquellos momentos se otorgaban: «Pobretón», Victorino Martín; mejor toro de la feria, Ruiz Miguel; triunfador de la misma, Luís Francisco Espla; mejor tercio de banderillas, José Luís Palomar; mejor quite y hasta «El Rubio de Quismondo», picador de la cuadrilla de Ruiz Miguel, mejor picador.

Hoy, en los años actuales, no imaginamos una afición tan exaltada, toreando calle de Alcalá arriba, como aquella lejana tarde de mil novecientos ochenta y dos, vimos al serio y exigente público de Madrid.

En la actualidad, los tres espadas, retirados, viven felices y ocupados en sus negocios pero soñando con aquella tarde tan importante para sus carreras que figurará para siempre en la Historia de la plaza de toros de Las Ventas.