Por Matilde Cabello

 

Era esta una ciudad triste, como el resto de la nación, inmersa en las consecuencias de la pérdida de las españas, territorios que dieron una de las más sólidas y duraderas generaciones para el pensamiento: la del 98. Alfonso XIII cumplía 26 años; Salvador Muñoz Pérez presidía por primera vez la corporación municipal, y los sabores de la mar llegaban de la mano de otro Salvador que tenía fama de cocer los mariscos como nadie en la ciudad de Córdoba.

 

Se llamaba Sánchez de apellido y en 1921 regentaba un quiosco de gambas regadas con cerveza en Mármol de Bañuelos. Había sido su medio de vida, compaginándolo con helados en temporada y, ocasionalmente, con la organización de corridas de toros. Ya en 1923 instalaría una cervecería-marisquería en Las Tendillas, germen de El Puerto, que abriría poco después con la remodelación de Cruz Conde por ese alcalde. En el pequeño local, que sigue sirviendo mariscos a la entrada de la calle de La Plata, comenzaron a venderlos sin bebida y en el negocio se empleó toda la familia: la madre, María Ortiz, y los 12 hijos, de los que en 1981 sólo quedaban seis entre ellos Rafael Sánchez Ortiz, El Pipo, futuro empresario y apoderado taurino.

 

Nació en Córdoba el 18 de noviembre de 1912, fue bautizado en el Sagrario de la Mezquita Catedral y desde muy temprana edad aprendió el oficio del padre. En los días de frío y lluvia, cuando los tenderos hacían suyo el refrán "calle mojada, cajón vacío", Salvador Sánchez no se resignaba a perder dinero y enviaba al pequeño Rafael a vender la mercancía por las tabernas de entonces. Con una cesta de mimbre recorría El Bolillo, San Miguel, Casa Fernando, Salinas, Sociedad de Plateros, El Brillante o la Venta de Vargas, rellenándola una y otra vez, demostrando las dotes innatas para la venta del chiquillo, que estudió dos años en los Salesianos y sólo estuvo en la escuela hasta los 10.

 

Rafael Sánchez, El Pipo, jugaba al toro en la calle a cualquier hora. Por las mañanas se escapaba a los tentaeros de Córdoba La Vieja, a escondidas, con la cesta de vender. Otras veces le ofrecía langostinos a Guerrita y a Machaquito, a cinco pesetas el kilo, y comenzaba a vislumbrar la tacañería de los dos diestros cordobeses, tan alejados de la generosidad del gran Lagartijo, según cuenta en sus memorias Así fue…El Pipo, Manolete, El Cordobés.

 

Una noche, mientras el padre lo buscaba por toda la ciudad, se estaba vistiendo de torero en Los Tejares de la mano de José Flores, Camará, que fuera apoderado de su gran amigo Manolete, el compañero en los Salesianos, en las plazas de tientas y, con el correr del tiempo, en el frente del Terrible, en las tardes de gloria por las plazas del mundo, en Perico Chicote o en la cabecera del Hospital de Linares un 29 de agosto de 1947. La tarde de la tragedia, en Madrid, tuvo un presentimiento y corrió hacia el Sur, antes que se conociera la noticia.

 

En 1928, en un intento del padre por alejarlo del mundo de los toros, lo envió al cocedero que tenían a medias con su tío Antonio, en Málaga. Allí aprendió a dar una comisión de 20 pesetas por caja a los patronos de pesca, siempre que le proporcionaran las cigalas y las gambas más hermosas. Así fue como sus negocios comenzaron a extenderse por Cádiz, Huelva, Madrid, Valencia, Barcelona o Zaragoza, entre otras ciudades, sin abandonar la calle de La Plata, dedicándose también a vender con éxito desodorantes, que él fabricaba, y balanzas Berkel.

 

Todo valía para seguir a quien K-Hito bautizara como el Monstruo, aunque no pudieran compartir paseíllo. El padre de El Pipo logró su propósito de convertirlo en empresario y no en torero, antes de morir el 20 de enero de 1941. Para entonces ya había hecho fortuna, a pesar de la guerra, vendiendo marisco en el frente, con Manolote de ayudante. El Pipo daba chocolatinas a Ángeles Benítez, mujer del Renco y cocinera de los oficiales de artillería de Peñarroya, la madre del pequeño Manuel, nacido unos meses antes del 18 de Julio. Lo "inventó" como El Cordobés y lo apoderó desde 1960 a 1962; también, entre otros, a los mexicanos Manuel Capetillo y José Ramón Tirado, al murciano Manuel Cascales, Hilla; al cordobés José María Montilla, al salmantino Paco Pallarés, al sevillano de Espartinas Antonio Ruiz, Espartaco, (padre de Juan Antonio Ruiz), a Curro Vázquez y a José Fuentes, linarenses. Para este último, que acabaría siendo su yerno, acuñó el lema "Linares se lo llevó, Linares nos lo devuelve". Y es que, su concepto de lo que luego llamarían marketing, no tenía límites. Así, fue capaz de llevar al cine, doblemente, una historia de niño pobre, solidario y generoso, que todos creyeron, salvo él; organizó el único festival taurino en El Pardo y supo antes que nadie de la importancia de los medios y la publicidad. Se casó con Rosario Marruedo Monge en Santa Marina; fueron padres de cinco hijos, que en 1981 -cuando escribe sus agridulces memorias- le habían dado ocho nietos, y murió en Madrid el domingo 15 de noviembre de 1987. Al día siguiente, a las 11 de la mañana, se celebró una misa en el Sagrario donde fue bautizado. Allí estaban sus hijos Salvador, María Rosa, Rafaela, Carolina y Rosario y sus nietos; las hermanas Carmela, Antonia, Maruja y Dolores, y un gran número de cordobeses. También cerca de Manolete, en la muerte, reposa como él en el cementerio de la Salud.