La Córdoba Diversa

Córdoba de mi tiempo (IV)

Cines de Verano

Don Antonio Cabrera

Don Antonio Cabrera fue un triunfador, pues de la nada creó un imperio del espectáculo. Nunca hubo para él diferencia entre la noche y el día, si para trabajar para el teatro se trataba. Algunos de sus íntimos, Pepe Marchena entre ellos, se atrevían a llamarle cariñosamente “Melenas» por las que lucía. Este apelativo, que no apodo, constituye una prueba más de lo que han variado los tiempos, ya que si viviera don Antonio, veríamos como sus melenas eran mucho más discretas que las que exhiben hoy infinidad de personas que, por supuesto, ni llaman la atención siquiera. Pulcrísimo en el vestir, usaba un perfume tan intenso que denunciaba su presencia mucho antes de que apareciera su persona y perduraba un buen rato después de haberse alejado.

Como empresario empezó siendo representante de una gran artista cordobesa: Dora “La Cordobesita”, que triunfó en España entera, y que si no obtuvo aún mayores éxitos de los que consiguió, fue por su temprano matrimonio con el matador de toros sevillano Manuel Jiménez Moreno “Chicuelo». Don Antonio quiso a Dora como si de una hija se tratase. Si la representación artística de Dora le sirvió como base para los triunfos que como empresario consiguió con el tiempo, su iniciación dentro del mundo del espectáculo tuvo lugar años antes, cuando apenas llegado a Córdoba de su Madrid natal se colocó como explicador de películas en el Salón Ramírez. Tenía un tan escrupuloso sentido de la condición empresarial que no dejó de presenciar ni uno solo de los espectáculos que presentaba en sus locales, aunque se tratara de simples funciones de aficionados. En el teatro Duque de Rivas, donde centralizaba sus actividades, lo hacía entre bastidores, solo y de pie. Allí tenía su despacho, una habitación pequeña, muy confortable, totalmente tapizada con fotografías) de los artistas que habían pasado por sus escenarios. Detalle mínimo pero revelador de la tradición que supo mantener, es que siempre programó personalmente todos sus locales hecho que realizaba en una máquina de escribir de las más primitivas, una Remington que se accionaba con un pequeño punzón. Celosísimo en su gestión, era un excelente profesional y que nunca dejó nada a la suerte. Tenía tan amplísimos conocimientos sobre los negocios teatrales que le hacían saber cuando iba a ganar y cuando iba a perder. No se equivocó nunca, ni en los momentos dudosos, una anécdota lo demuestra:

Teatro Duque de Rivas

Había contratado para su teatro Duque de Rivas a la Compañía de Grandes Espectáculos de Enrique Rambal. Una parte del clamoroso éxito popular que obtenía esta formación se cifraba en el continuo movimiento escénico de personajes y decorados, así como el carácter de las obras representadas. En una de ellas se producía un descarrilo ferroviario, en otra un derrumbamiento, y en otra más tenía lugar una batalla naval, etc. Todas obligaban pues a llevar en la compañía verdaderos especialistas en montajes así como tramollistas de primera fila junto a una copiosísima nómina de actrices y actores. “Rambal contrataba su afamada compañía con un fuerte seguro es decir, que aunque participaba de una elevada cantidad de la taquilla exigía otra elevada cantidad fija, se recaudara o no la misma. Este seguro era un impedimento para las empresas que la contrataban. Cabrera lo sabía, pero como conocía su público no lo dudó, y cuando se le presentó la ocasión ofreció a Córdoba el mejor espectáculo de aquellos tiempos: La Gran Compañía de Comedias y Dramas de don Enrique Rambal. Los riesgos eran muchos pero estaba tan seguro del éxito que conseguiría que antes de la presentación mandó fabricar una sortija-sello de oro macizo, igual a la que llevaba y que por su excesivo tamaño le impedía cerrar el dedo anular de la mano izquierda, para regalárselo al titular de la Compañía después del triunfo que había de conseguir en la larga temporada que permaneció en el escenario del Duque de Rivas, como así ocurrió.

Uno de los operadores de sus locales, aseguró que nunca se proyectó en sus cines, ninguna película que no fuera visionada previamente por él en sesión privada, hecho que tenía lugar, primero en el Duque y después en el Palacio del Cine, siempre después de la última función de la noche, lo que obligaba a abandonar el teatro a altísimas horas de la madrugada. Obrando así ¿Como no triunfar? Se preguntaban…

Palacio del Cine

Como contraste a las muchas fotos que adornaban su despacho, en su casa particular del Coliseo, solo tenía dos, correspondientes a un par de artistas de géneros diferentes: Lina Yegros y Pepe Marchena… “¿Y porqué solo éstas don Antonio?” le preguntaron en cierta ocasión: “La de Lina Yegros como agradecimiento, ya que con lo que gané con sus películas pude modificar y mejorar el Coliseo hasta convertirlo en lo que es hoy, el cine más bonito de España”. La de Pepe porque siempre ha sido amigo mío. La tengo más a título personal que como artista.

Dado el gran afecto que por el artista sevillano sentía el empresario, viene a pelo contar una anécdota sucedida en una de sus muchas actuaciones en el cine-teatro Coliseo San Andrés Es verdad que Pepe Marchena fue un gran cantaor, de la misma forma, su imagen de divo y de engreído no que gustaba a mucha gente. Es cierto también que generaba muchas envidias y que revolucionó el flamenco y, tal vez, por esa razón los llamados aficionados “puristas» no le perdonaban algunas salidas de pata de banco…que las tenía. Una de esas veces que vino al Coliseo con su compañía, con esa elegancia que le era característica salió al escenario y dijo: “!Querido público ahora van ustedes a tener el honor de escuchar unos fandangos por el Maestro de Maestros, Pepe Marchena!”

Un espectador que seguramente sería de los muchos detractores que tenía, le gritó: ¡Chulo!

¡A ese que “má» dicho chulo, me voy a cagá en sus muertos!, le respondió como una bala sin compostura ninguna. La respuesta generó un gran revuelo y algunas

discusiones entre los admiradores y detractores, pero lo mas importante de todo aquello…que la sangre no llegó al río.

Volviendo a los cines de verano en nuestros barrios populares, las sesiones no empezaban realmente cuando aparecían las primeras imágenes en la blanqueada pantalla, sino que habían tenido lugar horas antes; a veces, durante las calurosísimas siestas que padecían nuestras casas de vecinos.

El elegir la película a la que se iba asistir, constituía una pintoresca escena digna de figurar en un muestrario de costumbres populares. Quién no haya presenciado las enconadas discusiones y hasta duros enfrentamientos dialécticos que daba motivo la elección de la cinta del día, no puede hacerse una idea de lo variable que eran las opiniones al respecto. Cosa digna de ver es cuando la casera hace un alto en la faena durante la siesta y llama a la vecinas para darles lectura del fascículo de la novela ‘Juan de Dios. El Médico de los Pobres’ de la que ella es socia: “!Niñas! vamos que voy a leer la novela!”. Allá van todas. Arrastrando una silla, se sientan haciendo un corro alrededor de la lectora. Rafaelita llena su falda de jazmines y comienza hacer ramitos; Fuensanta pela patatas para hacerle a Paco y los niños una tortilla para la cena…apenas ha terminado de leer la primera página cuando es interrumpida por los comentarios de las oyentes: “!Pobre Belenita!”. Dice una. “¡El Marqués que tiene una mala leche!”. Asegura otra. “¡Ya verás como el hijo de su madre las echa a la calle por no dejarse deshonrar!”. Profetiza otra… Y entre comentarios y lectura se pasa la siesta sin apenas darse cuenta del enorme calor que hace, y, cuando acuerdan llega la hora del cine.

¿Qué película vamos a ver hoy? Pregunta Antoñita, una chiquilla muy guapa que está de pulidora en el taller de Lorenza: “¡La que echen en los escalones!” (Cine Deportes), “¿La de los escalones, dices?”… “¡Anda ya!”, Si esa es un “pego», nosotras nos vamos al Delicias que es de amores, que no entiendes! ¡La que no entiende eres tú!… en fin se ensalzan en una pequeña discusión, pero no pasan de ahí, porque aunque parlanchinas se quieren de verdad como una gran familia, aunque se discuta se comparten las penas y las alegrías.

La proliferación de cines de verano hizo que algunas empresas se agruparán y que una misma película se pudiera proyectar en dos o más locales distintos en el mismo día. Pero al haber una sola cinta se tenía la necesidad de transportarla de uno a otro cine, para lo cual contrataron los servicios de alguien que se encargara de realizar el cambio de rollos de la película en un abrir y cerrar de ojos.

El camino, entre los dos locales, normalmente lo hacía el ayudante de operador que provisto de su bicicleta y de un morral especial con capacidad para introducir en él dos rollos de película era el responsable de hacer los cambios los más rápido posible.

Como las sesiones empezaban al iniciarse las primeras sombras de la noche, el segundo cine que proyectaba la misma película, se veía obligado a empezar su función algo más tarde para que le diera tiempo hacer el cambio al ciclimatógrafo -nombre dado por Luís Melgar- al que transportaba los rollos de la película. Lo malo era cuando se producía un retraso ya empezada la función.

Cine Fuenseca

Entonces no había más remedio que conceder un descanso especial. Así pasó una determinada noche con esos enormes descansos obligados y que tuvo como víctima el cine Zarco. La película se titulaba: “La Dama de las Camelias” de las que les encantaba al género femenino. Aún faltaban unos rollos más para finalizar la sección cinematográfica cuando hubo que dar un descanso muy especial. El encargado de hacer el cambio no llegaba con ellos procedente del Cine Albéniz. Pasaron diez minutos, veinte después y la cosa se puso en cerca de una hora. Muchos espectadores muy molestos por la tardanza abandonaron el local sin poder ver el final de la película; hubo quien hasta se quedó dormido entre las sillas improvisando una cama, otros aprovecharon la oportunidad y se fueron al ambigú a tomarse unos par de medios. Al día siguiente repitieron la misma película y aquellos que fueron para ver el final entraron gratis alegando el problema de la noche anterior y entonces les informaron de qué el muchacho que debía traer el último rollo se había puesto enfermo y que en su lugar lo hizo un acomodador que tuvo la fatalidad que por el camino se le rompió la cadena de la bicicleta teniendo que hacer el camino a pie y, que al pasar por la Fuenseca, cansado y sudoroso dejó el morral con los dos rollos de las cintas y la “bici” rota, al cuidado del portero del cine Fuenseca y se fue corriendo a beberse un par de mediecitos a la taberna El Bolillo que estaba junto a dicho cine.

A la hora de cerrar el local el pobre portero ya desesperado porque no le retiraban aquello a de allí, se lo notificó a su encargado diciéndole: “Manolo, hace ya más de una hora un compañero del oficio me dejó en la puerta una bolsa grande con dos cintas de cine y una bicicleta “folingá”. “!A ver quién se hace cargo de esto que yo me voy!”. Y eso fue lo que pasó aquella noche tan nefasta en el cine Zarco.

Como ya hemos dejado anotado, algunos de estos cines eran simples corralones, otros sin embargo eran hermosos patios de vecinos, esos preciosos espacios comunes cuajados de flores de todas clases y de distintos olores que embriagan de fragancias irresistibles a todo aquel que tiene la gran suerte de penetrar en uno, y que por desgracia van desapareciendo poco a poco. Patios de la Córdoba popular de los que el Alcalde de los años sesenta Antonio Guzmán Reina escribió en su Visión Apasionada de Córdoba: “…y sin normas escritas, se celan tácitamente las reglas del vivir y el cuidado de las flores, la limpieza de lo que es de todos y el orden de acceso a la cocina compartida. Y puede que hasta para las discrepancias, que a veces también surgen, haya una ley que nadie sabe quién la hizo, pero que obliga sin excepciones…” Por eso y porque la cordobesa tiene justa fama de saber cuidar las flores a las que ama y mima con esmero, desvelo y solicitud. Algunos locales eran preciosidades a la que merecía ir, por la simple satisfacción de pasar un rato en aquellos patios de ensueño, en el que el olor a jazmines se mezclaba con el de la albahaca, hierbabuena y las rosas. Algunos tenían una fragancia diferente pero irresistible. Por ejemplo: en el cine Fuenseca no se podía aguantar el olor tan rico que allí se respiraba sobre todo en la primera función. Como la película empezaba al anochecer y las vecinas de las casas colindantes a esa hora están preparando la cena para la familia, por aquellas las ventanas que daban a aquel local, salía un olorcito que alimentaba.

La festividad de Santiago, Patrón de España ha sido siempre en Córdoba un día tradicional para ofrecer espectáculos teatrales, especialmente flamencos, así en el 1941 actuó en la plaza de Los Tejares una compañía de Ópera Flamenca compuesta por Manolo Caracol, El Niño de la Huerta, Juanito Valderrama, Pepe Pinto y, El Sevillano por los precios: cinco pesetas las sillas de ruedo y dos pesetas las gradas.

Coliseo San Andrés

En el Coliseo San Andrés tras el recital de González Marín se presentó la compañía de comedias cómicas Mariano Ozores y Luisita Puchol.

En el Iris actuó la compañía de zarzuelas Olmos-Codeso que presentó un extenso repertorio, desde La Dolorosa hasta El Cantar del Arriero pasando por Los Claveles, La del Manojo de Rosas, El Ordenanza, La Chicharrita etc. Y aunque se hacían acompañar por una digna orquesta los precios fueron: Tres pesetas sillas y una general. Este cine Iris , fue durante años cobijo de toda clase de espectáculos. En el 1941 ofreció también la actuación de la compañía de comedias Sillero-Amengual y González-Lemos. Entre los espectáculos variedades destacó aquel año el del Caballero Guerrero y su Botones que se presentaba como profesor de ciencias ocultas y anunciaba como número bomba, la decapitación de un ser humano.

En la festividad de Santiago en 1942 actuaron en la Plaza de toros: Manolo Caracol, El Carbonerillo, El Niño Jerez, Luisito Moyano, Encarnita Díaz, El Niño Fregenal, Paco Mazaco, Curra Romero, Carrillo Terremoto, Carmen Lara, El Peluso, Niña Morón, Antonio Peana, Antonio Sanlúcar, Miguel de Marchena, Los cuatro Faraones, La Pandilla Flamenca, Las Ocho Rosas y Los Siete Romeros. ¿Hay quien dé más en una función?

En la de 1945 actuó en el Coliseo San Andrés el espectáculo Solera Andaluza que llevaba enrolados a Manuel Vallejo, Juanito Valderrama, Juanito Varea, El Niño de la Huerta, Manuel Guerrita, y Ramón Montoya. En la Plaza de Toros se ofrece el espectáculo Regiones de España cuajado también de figuras flamencas.

En los primeros años de los cuarenta, no se había producido todavía el boom de los locales de verano que poblaron del norte al sur y del este al oeste toda la geografía urbana. En 1941 solo había nueve locales al principio de verano que aumentaron a diez al finalizar el estío puesto que el primero de agosto se inauguró “El Rinconcito” en el solar que más tarde fuera el cine Isabel la Católica ambos ya desaparecidos.

Cuando ha pasado el tiempo lo vemos con claridad. El cine de verano era el centro y el cenit de aquel tiempo. Todo era invitación y sugerencias, desde aquellas carteleras en forma piramidal que transportaban dos operarios que se situaban en el mercado o en las plazas publicitando la película del día e incluso algunos hasta te programabán con antelación la “peli” de los días siguientes. Recuerdo que yo estuve un tiempo rotulando, en pizarras rectangulares que luego se colgaban en esquinas o en sitios estratégicos, los distintos títulos de las películas que daba el cine Séneca…agua, tiza, un pincel cortito de pelo y una buena letra era todo el material necesario y me exigía la empresa poner al final en una esquinita del cartel “para todos los públicos”. La censura de las películas era mayormente para el cine Osio y el Séneca, según Ángel Rodríguez Lubián encargado de cines de verano, porque pertenecían a la institución de la

Sagrada Familia. En los demás cines solo exigían el cartel de mayores. Si llegaba el inspector y cogían a un niño dentro entonces multaban a la empresa La censura la hacían el Gobierno y la Iglesia. Una vez en el cine Séneca, cuenta Ángel Rodríguez, autorizaron poner la película de Liz Taylor “La gata sobre el tejado de cinc» con la recomendación de cortar las escenas más eróticas de la cinta. Y por poco la gente rompen el cine, porque la escena en que la citada actriz se pone la medias negras, con la censura, taparon la ventanilla de proyección con el cartón que había para esos casos y la gente comenzó a chillar y a gritar: ¡Sinvergüenzas! ¡Granujas! ¡Pero si esta la hemos visto en el Góngora sin cortes! ¡Fuera! ¡Fuera!….

En 1950 ya hubo veinticuatro locales que daban cine y eso que era el principio del boom. Tras alcanzar su cota máxima en años siguientes comenzó a descender hasta casi perderse en la actualidad. Por si alguien de los que nos leen quiere conocer cuáles fueron los cines de verano más concurridos aquellos años, a continuación ofrecemos una relación de la mayoría de ellos. Por orden alfabético y dentro de éste por antigüedad en su inauguración: Alcázar, Andalucía, Avenida, Astoria, Alfonso XII, Albéniz, Benavente, Brillante, Coliseo San Andrés, Cervantes, Córdoba, Campo Deportes El Arcángel, Campo Deportes San Eulogio, Cañero, Ciudad Jardín, Duque de Rivas, Delicias, España, Esperanza, Estadio Electromecánicas, Fuenseca, Florida, Terraza Góngora, Gran Capitán, Goya, Gran Vía, Hollywood, Iris, Imperial, Infanta, Lucano, Magdalena, Margaritas, Macaji, Maxi, Ordóñez, Occidente, Plaza de Toros, Parque Recreativo, Piscina, Rinconcito, Realejo, Ramos, San Agustín, San Basilio, San Cayetano, San Lorenzo, Sur, Santa Rosa, Santa Isabel, Santa Victoria y Zarco (Olimpia).

Nota. – Cine Iris hubo dos, uno en Ruano Girón de invierno, y otro en calle Abejar de verano.

Antonio Rodríguez Salido

Compositor y letrista

Escalera del Éxito 176

 José Luis Cuevas

 Montaje y Editor