Comunión Flamenco – Tauromaquia.

 

En el siglo XX la convivencia entre el flamenco y la tauromaquia se volvió innegable y hoy es imposible concebir lo uno sin lo otro.

 

Raúl recuerda las anécdotas de su padre, en las que le contaba de su amistad con artistas del flamenco y toreros, como Carlos Arruza “el Ciclón”, Luis Castro “El soldado” y Gregorio García Morales. Con Ramón de Cádiz por ejemplo, quien fuera torero y cantaor, se reunía en algún tablado después de las corridas para ver el espectáculo de flamenco.

 

En la historia del toreo siempre hubo toreros que tocaban la guitarra o  cantaban. Incluso  hubo quienes dejaron los toros por el tablado, como el Tano, que fue cantaor, pero antes fue torero. Roque Montoya “Jarrito” y Chiquito de Triana alternaban en un tablado de la capital de México y cantaban coplas dedicadas a toreros.

 

Los tiempos en el tablado y en el ruedo  son los mismos. Hay tres tiempos en el toreo: citar, templar y mandar. En el cante flamenco también se cita un cante, se templa la voz para alcanzarlo y después de templarlo, se remata. Algo bien templado necesariamente tiene que estar bien rematado.

 

Y en los pasos del flamenco, existe uno característico de la farruca, que consiste en adoptar una figura como la de los toreros cuando van a ponerle un par de banderillas al toro. Incluso para bailarla, se viste de corto. Por eso no es difícil imaginarse a Antonio Gades cuando bailaba una farruca, como si estuviera en el ruedo de un coso taurino,  cuando a finales de los sesenta se paraba en el tablado y parecía que a su paso iba citando al toro o ejecutando un pase.

 

En el ruedo y en el tablado el enfrentarse al público y conquistarlo es parte del trabajo de un bailaor y de un torero. En el ruedo, el torero se enfrenta al público y al toro y en el tablado, el flamenco se enfrenta al público y a sí mismo y ambos a dominar el nerviosismo, el temperamento y el arrojo.

Tauromaquia y flamenco también comparten verdad. Decía Raúl que no es lo mismo bailar en un tablado en España que en cualquier otro. Piensa que fuera de España se ha ido perdiendo la tradición del tablao de flamenco y que ahora, como se usa como atractivo para los turistas, en muchos lugares ni siquiera se hace bien.

Sin embargo, el bailaor siente  la misma responsabilidad en un tablado u otro por respeto a él mismo, al flamenco y al público. 

 

Y yo creo que es cierto que el público aprecia, sabe, percibe y distingue entre lo que está bien hecho y lo que no.  En el flamenco por ejemplo, podemos apreciar un cantaor que es todo sentimiento, como Camarón, que de oírlo te estremeces; y una bailaora que baila “bamboleiro” como si fuera flamenco, como la que vi una vez en mis recorridos por algunos tablados de Buenos Aires.

 

Lo mismo pasa en la plaza de toros. Se nos puede detener la respiración al ver a un astado pasarle rozando al traje de luces de Castella y él que ni se inmuta, o podemos desarmarnos en un rechiflo cuando tenemos enfrente a un torero que carece de técnica, que no es creativo y que fanfarronea frente al público, o a un toro que no embiste, no tiene la edad o escasea de características para estar en el ruedo.

 

Y hay que creerlo, el público se da cuenta.