Lo hizo con una marcada y apasionante vocación. Por más que algún banderillero -o quien haya sido- le adelantara que el 314, un cárdeno de bonitas hechuras y el más toro, o mejor dicho, el menos anovillado del encierro, sería muy bueno. Él no tenía ninguna seguridad de que la predicción iba a salir cierta. Sin embargo, estaba decidido a jugársela a una carta, la de sentirse un gran torero. Los clarines todavía no llamaban a toriles cuando con paso firme, cara de hombre y un par de cojones, atravesó el ruedo. Se plantó de rodillas entre los medios y el tercio. Ninguna triquiñuela de las que asombran a los babosos como la muy socorrida de cobijarse en tablas y llevar a cabo el remedo de lance que estremece tanto a los ingenuos; tampoco intentar el porta gayola tan cerca del umbral de la de los sustos, apelando al fraudulento amparo de las jambas, que el morito no ve ni la sombra del diestro. Del fondo oscuro del túnel apareció “Contador”. Se terció nada más pisar la arena, detuvo sus pasos unos segundos alucinando con el deschavetado que lo esperaba de rodillas y se fue hacia él como una flecha. Entonces, Arturo Macías desplegó trapo en una larga cambiada emocionante y de ejecución suprema, o sea, imperturbable aguantó el viento huracanado que en ese momento era el cárdeno y no aventó el capote a un lado para él salir a rastras por el otro como luego se ve a muchos. De inmediato, se incorporó y se fue al tercio donde las verónicas mecidas fueron trigales ondulando al viento. Después del puyazo, recitó las gaoneras rítmicas con devoción cartujana y los pies estáticos de muy hombrecito. Para estas alturas, había quedado claro que el toro era un gran toro. Lo de la muleta fue una demostración de magisterio y señorío. Pase a pase, templó las nobles embestidas cada vez más lentas y armoniosas. La faena emergía entre los olés, luego, empezaron a ondear los pañuelos blancos y el juez concedió el indulto al quinto de la noche y del hierro de don José María Arturo Huerta.

 

Nadie podrá tachar esta página de proclive a la alabanza, aunque algunos hablen de ambigüedad. Saben, nunca falta el mensaje electrónico del que lee las cosas a su modo, o de aquel que el contexto se lo brinca a la torera. Así que no escaseará quien escriba para llamarme voluble y contradictorio, un día hablas pestes de un torero y al siguiente lo beatificas. Pero es que así son los héroes de las historias que yo escribo. Algunas tardes libran sus batallas a trapazos veloces desmitificándose y encajan la espada en sartenazos infames, y otras, no sé por qué, las musas los besan en la boca; es entonces cuando apasionados renuevan los votos de su vocación, se entregan sobrecogedoramente y componen la obra cadenciosa y deslumbrante, tan bella que a uno con el corazón encogido se le ruedan las lágrimas.

 

 

 

 

Desde México, informa José Antonio Luna