En el cartel estaban anunciados los matadores Fermín Spínola y José Rodríguez “Pepehíllo”, así como el rejoneador Fernández Madera que fue sustituido al haberse accidentado, según nos informaron, por el joven Diego Lecumbérri, con toros programados en los carteles de La Playa, pero que desfilaron de distintos hierros, correctos de presentación todos ellos, y que fue un regusto verlos por la bravura que manifestaron tres de ellos.

 

Spínola ha estado bien con su primero, un toro al que no se le pudo apreciar el hierro pero que fue deslucido, soso y con poco contenido. El torero estuvo lucido con el percal y la res huyó de la pelea en varas. Con la muleta ha estado muy voluntarioso, haciéndole más de lo que tenía el toro dentro. Incorporó el puntillero al animal y descargó entonces el lidiador un certero golpe de descabello, para ser apenas aplaudido en su labor.

 

Su segundo toro tampoco supimos su procedencia, fue un cárdeno claro enmorrillado, delantero de pitones al que toreó cumplidamente con el capote, pero que en la muleta dejó ir a un gran astado, luego de colocarle dos pares de banderillas con más eficacia que lucimiento. Fermín anduvo sin brújula, sin plan, pegando pases por pegarlos, cuando el toro en cambio repetía con fijeza, clase y emoción. Hubo muchos ayudados, algunos pases con la mano zurda pero sin transmitir, desangelado completamente. Eso sí, como lo mató de certera estocada, cortó una oreja y otra más benévola que pidió el público, y la vuelta al ruedo a los despojos del bravo y buen animal.

 

Por su parte, Pepehíllo se enfrentó primero a un astado de La Playa que tenía una embestida violenta, incómoda, muy descompuesta, incluso como de toro morucho, y con el que estuvo lucido al torearlo de capa. La res recargó en el caballo y con la muleta acusó rajarse. El torero se esforzó en sacarle los muletazos a un animal que se quedó cortó en su embestida y que tiraba un incómodo derrote al final de cada pase. Lo mató bien y el público pidió una oreja que se concedió.

 

Su segundo fue un toro cárdeno nevado, largo, delantero vuelto y astifino, de armoniosas hechuras que tenía como hierro una “E” (no sabemos si de Álvaro Espinosa), al que recibió con una larga de hinojos en tablas, y verónicas ya de pie. El animal peleó metiendo bravo los riñones en el peto, para banderillear clavando dos pares de cortas al violín y llevándose un revolcón en el primer par. En el tercio final, simplemente podemos definir al burel como bravísimo, de los pocos que salen ya hoy en día, y el torero, sencillamente no le pudo. El animal exigía sometimiento, llevarlo muy toreado y con la mano baja, lo que no hizo el lidiador, y todo quedó en intentos de pegarle pases con la mano diestra que no siempre fueron templados ni lucidos. El burel acometió con poder, se arrancó de largo, con mucha emoción cuando lo citaban, y metía así de franco la cara, con una importante fijeza que manifestó en todo momento, y, además, nunca abrió el hocico. El animal terminó imponiéndose y las carencias del torero, tanto de poder sobre la res, como de creatividad, le hicieron abreviar y despachar al toro cuando éste aún tenía más de media faena adentro. Lo mató de estocada caída y le otorgaron dos benévolas orejas, y el arrastre lento a los despojos de la res, que bien merecía también la vuelta al ruedo aunque no se haya visto del todo.

 

Cerró plaza un astado negro montado delantero, con el hierro de Martínez Baroné, para el rejoneador Diego Lecumbérri, a quien se le notaron las carencias propias de quien comienza a andar en este duro camino. Tuvo algunos pasajes buenos al recibirlo, pasando en falso un par de ocasiones antes de dejar un rejón de castigo a la tira, a medio toro, que fue también muy bravo el animal también, emotivo, que arrancó de largo siempre a los cites. Sus caballos también mostraron falta de doma y torear más, que a cambio dejaron ver corazón y voluntad.

 

Clavó banderillas pasando como una ráfaga, pero se las aplaudieron. Fue achuchado en una ocasión y ese encuentro le causó una pequeña herida en el anca del caballo con el rejón de muerte, con el que no estuvo fino, terminando por despacharlo el banderillero Jorge Manuel Espinosa, quien ni siquiera se tomó la molestia de pedir permiso a la autoridad y menos de quitarse la montera, eso sí, le pegó muletazos por alto y luego le corrió la mano en un par de tandas con la derecha, mostrando también clase el animal, que aguantó el castigo y un hojal que traía a lo largo del costillar cuando marró el jinete al intentar matarlo.

 

Mal con el acero el subalterno, que por si fuera poco, otro banderillero, Francisco Abogado, por sus fueros le cortó dos orejas al toro para dárselas al caballero. El juez ordenó el arrastre lento también a este bravo animal.

 

 

                                                                                                             Desde Chicavasco, informa Fernando Montes