Quiso ser torero y con “los niños Bienvenida” toreaba de Salón en la Plaza de Caracas, pero su genio descubierto por Fernando Domínguez se acurrucó en los fandangos que inventó El Calesero, fandangos que entretenían en los ratos de miedo a César y a Curo Girón

Con aspecto de mambí, el fieltro del sombrero a un dedo de la ceja, una guayabera por uniforme, la anécdota rematada con un fandango que rompe a flor de labios, usted le encontraba a Bola de Nieve en la arepera detrás del Nuevo Circo, cruzando la avenida. Cada mañana muy temprano se paraba en la esquina, con su guayabera manga corta y sombrero de ala ancha.En aquel rincón que arrasó la transfiguración de la ciudad, Ángel Escobar le brindaba diario homenaje con su historia fabulada al más grande torero que ha conocido América, a César Girón. Exaltaba la grandeza a los ángeles del toreo de capa, convertidos en mito y leyenda. El vallisoletano Fernando Domínguez, del que juraba se levitaba cuando toreaba; y del mexicano Alfonso Ramírez El Calesero, que asegura haberlo visto hundirse hasta los hombros y tocar con la planta de sus toreras zapatillas el corazón de la tierra.— Los toreros de hoy día no saben nadar en lo hondo, lo decía sentencioso, mirando sin mirar, perdiéndose sus ojos llorosos de negro viejo en el vacío. Chapotean en la orillita y se ahogan.

“Bola de Nieve” siempre estuvo al lado de César. Sobre todo los días más difíciles, cuando Girón era insoportable hasta para él mismo. Clavado en su sitio estaba el negro en esas horas de angustia que viven los toreros, sólo acompañado por los miedos, que son muchos, antes de la corrida.

Como novillero le vi una sola vez, respondía cuando le preguntaban cuándo había conocido a César. La noche de las cinco estocadas en Caracas, cinco truenos que abrieron la tempestad que bañaría a todo el toreo, la noche que Girón se descubrió como genio del toreo en el Nuevo Circo.

Con ese aire de trovador Caribe, dice arrogante el negro: Sabes que siempre he estado con las figuras y por eso mis amistades han sido escogidas. Empecé con maestros como Fernando Domínguez, Luis Castro El Soldado, Silverio Pérez, y El Calesero. De allí mi amistad con los hermanos Gago, Fernando y Andrés.

Contaba Bola de Nieve que Girón la noche de las cinco estocadas armó un revuelo entre los buenos aficionados caraqueños. Algunos se sentían deslumbrados por el relámpago de Joselito Torres, pero Juan Vicente Ladera, Musiú López y otros aficionados de la época le recomendaron a Fernando Gago que más bien se llevara a César Girón, si quería llevarse a España a una figura del toreo.

Opiné una tarde que sobre el viaje de Girón a España, me pidieron mi opinión no fue entrepitura. Todo se decidió en la Joyería Quinta Avenida, de Musiú López. Ahí se reunía mucha gente, muy buenos aficionados. Fernando Gago me recomendó como mozo de espadas a César, cuando regresó convertido en matador de toros. Toreó mucho con Jumillano. Al principio los venezolanos no lo querían. Lo comparaban con El Diamante Negro y con Joselito Torres; pero a la larga el veneno mata. Recuerdo que le dije el día de su debut en Caracas: Mire matador, esta gente es fregada. No venga a tirar línea. Molesto me miró de arriba abajo y me dijo: “No jile negro, nunca he tirado línea. Siempre me quedo más quieto que un poste”. Y como un poste dibujó seis verónicas que aún recuerdo como si fuera ayer. César no manifestaba miedo o preocupación cuando se vestía. Más miedo pasaba yo. Él se jugaba con los amigos en la habitación, era muy cordial con quien le visitaban. Ni maniático y mucho menos supersticioso. Le decía a la gente lo que pensaba, y se lo decía en la cara. Eso lo consideraban de mal educado y decía es qué César es una vaina, porque era mordaz y directo.

Los días de corrida no desayunaba. Apenas tomaba una taza de café con leche. Los primeros seis años ni fumaba ni bebía. Lo hizo después, cuando tenía la cartera llena y el corazón vacío. Respetó a Carlos Arruza, su padrino, a Chicuelo II y a Antoñete. De Chenel decía que disfrutaba viéndole torear, de Chicuelo que lo hacía arrimarse como nadie y de Arruza lo admiraba como torero y por su carácter. Era un cabrón Bolita, puso a parir a todos en el toreo, desde Manolete hasta Luis Miguel. Arruza era un cabrón. Le gustaba mucho meterse con sus compañeros en el patio de caballos.

Una tarde en Maracay César le dijo a Antonio Ordóñez: “mira rondeño, hasta aquí te trajo el río”. Se arrimó como un bárbaro y hasta una pata cortó.

Hubo una época cuando los periodistas venezolanos eran partidarios de Pepe Cáceres. Los periodistas hacían campaña al colombiano y para meterse con Girón decían que Alfredito Sánchez iba a acabar con el cuadro. Una tarde, aquí en este mismo patio de caballos, antes de una corrida, se reunió la Comisión Taurina para suspender el festejo porque llovía mucho. El ruedo era un desastre y no se podía torear. César, sonriente, se acercó a Cáceres y le dijo: “Mira Pepe, no podemos suspender la corrida porque voy a darle la alternativa al fenómeno éste”. Con esa sola expresión ya les había metido miedo hasta a los monosabios. Todos lo respetaban una barbaridad. Girón siempre vistió de claro. Le gustaban sedas claras y vestidos en bordados en oro. Era partidario del rosa, del manzana, el plomo, el perla, el celeste. Sólo se puso el perla y plata para la alternativa y para su debut en Caracas. Una vez vistió un tabaco y oro y le pegaron un paliza. Pocas veces vistió de corinto y de obispo, jamás el grana.

Su mayor orgullo eran sus hermanos. Estaba feliz cuando triunfaban; pero cuando toreaba con ellos era una fiera, salía a no dejarse ganar la pelea.

A veces había más suerte del otro lado, y le decía: “César, te jodieron esta tarde”, y me respondía que me dejara de pendejadas, que eran la segunda edición de una novela. La tarde que toreó con Antonio y Luis Miguel en Valencia que le dije en broma que no se dejara ganar la pelea. Se quedó mirándome a los ojos y me dijo: “parece mentira, tantos años juntos y todavía no me conoces. Te apuesto el sueldo a que les pego un repaso”. Bienvenida y Luis Miguel lidiaron sus primeros toros sin mucha fortuna. César le cortó las dos orejas al primero de su lote. Me dijo: “me huele que me estás brindando”. “Todavía faltan tres toros”, le respondí. Al otro también le cortó las orejas. Cuatro orejas y fue el primer torero que abrió la puerta grande en la Monumental que ahora lleva su glorioso nombre. Cuando le llevaban en hombros me tiró las orejas, y me dijo que las guardara. “¡Tómalas y guárdalas de recuerdo en tu rancho!”. Fueron las últimas orejas que César cortó en su vida.