Antiguamente, cuando no se concebía que hubiese coletudos sin apodo, éstos recurrían a buscarlos entre las más pintorescas procedencias, y no fue la Zoología la que menos contribuyó a darles una solución, tal y como se desprende de estos versos publicados allá por el 1894:

 

«Dice un cartel que se fija

en la calle del Espejo:

Toros de Colmenar Viejo.

Matadores: «Lagartijo»,

«Gallo», «Lobito» y «Conejo».

Y uno que el anuncio ve,

así murmura en seguida:

—Aseguro por mi fe

que eso no es una corrida,

sino el Arca de Noé».