Así, atravesando montañas, ríos y valles, muchos son los toreros que prestan sus muletazos a enseñorear plazas de talanqueras con olor a viejo.

 

Plaza mayor de Albarracín —con título de ciudad—, que llena con un no hay billetes se presta de testigo a una de las tradiciones más puras de cuantas inundan el toreo. Serios y astifinos novillos que delatan sus buenas hierbas serranas, son lidiados por modestos profesionales con el aliento de una afición inmutable a lo largo de los siglos: las capeas.

 

 

 

 

 

La profundidad en el toreo habla de técnica y de cierta capacidad para emocionar. Pero el toreo profundo va mucho más lejos que ceñirse a formalismos.