Artículo de Benjamín Bentura Remacha. Periodista. Fundador de la Revista “Fiesta Española”. Escalera del Éxito 85

Han pasado unos cuantos días desde que la calle zaragozana de Pignatelli, al costado del coso taurino de don  Ramón, se quedó vacía de gente y sembrada de vasos de plástico y papeles manchados de aceite de la freidora de churros. Todavía resonaban en el ambiente las voces del pueblo en honor del héroe elegido: ”Illa, illa, illa, Padilla maravilla”. El pueblo siempre tiene razón aunque se equivoque. A pie se había ido de la hirviente caldera neo-mudéjar y retumbante su cubierta de teflón por las palabras del jerezano, otro torero, extremeño él, sin decir media palabra. A los pocos minutos repiquetearon los modernos medios de comunicación para anunciarnos que Alejandro Talavante también se desprendía de la castañeta que simboliza la trenzada coleta de los tiempos en que los toreros se dejaban crecer el pelo por la nuca, cómo ahora hacen los populistas. Nada nuevo bajo el Sol.

Talavante traía en su alma el disgusto del invento otoñal y madrileño del bombo de los carteles y Zaragoza le ofrecía el desquite que saborearon los paladares exquisitos que perciben los impagables matices de esas exquisiteces. Porque Talavante no es torero de planes o destajos. Es torero por sentimientos e inspiraciones. Estuvo inspirado con sus dos toros de Núñez del Cubillo, en tarde en la que el ganadero gaditano de los Pueblos Blancos cerró la Feria del Pilar con una corrida sensacional y  el broche de platino con brillantes y rubíes del cuarto de la tarde, “Tortolito”, el del adiós hispano de Juan José Padilla. Talavante cortó una oreja en el tercero y pudo hacerlo por partida doble en el sexto, pero cuatro golpes de verduguillo evaporaron tan justo remate. Cuatro golpes de verduguillo que despertaron los resquemores de don Alejandro el Grande, si no es que sufre alguna descompensación de la presión emocional por razones de índole profesional. José Mari Manzanares, otro de los que hubiera salido a hombros por la Puerta Grande si el presidente hubiera accedido a la petición del público en el segundo toro de la tarde. Oreja  y oreja y salida a pie para dejar el disfrute enloquecido en las manos del despechugado pirata que siempre se desabrochaba el torero chaleco en el final de sus actuaciones, cómo hay toreros que habitualmente se descalzan, con lo que una cosa y otra significan: un desdoro importante de  la necesaria elegancia del arte de torear.

Julián López “El Juli” cortó dos orejas – una del toro de Núñez del Cuvillo y otra del primer sobrero del de “El Pilar” – y pudo hacerlo en la lidia del santacolomeño de “Los Maños” y por partida doble en el quinto de “Garcigrande”. En aquel pinchó cinco veces antes de lograr la estocada y en este dos veces antes de descabellar al cuarto intento. Solo por esta circunstancia del fallo estoqueador de un torero que, aunque no pasa por ortodoxo matador, sí se le considera certero, cómo lo demostró cuando menos falta le hacía, en los dos últimos toros de la tarde. Hubo otra circunstancia determinante, la de que el primer toro de la tarde, de “Garcigrande”, se partiera un pitón al derrotar en un burladero y fuera devuelto a los corrales y lo mismo ocurriera con  el de “Parladé” lesionado en la pata izquierda, sustituidos ambos por los sobreros de “El Pilar” y que no entrara en liza el anunciado de “Alcurrucén”, que dicen no pasó el reconocimiento veterinario. Corrida goyesca, quites variados con los más distinguidos de las “lopecinas” en el tercero y “chicuelinas” en el sexto y cuatro faenas dignas de premio dan el balance positivo que no pudo contabilizar el de Velilla de San Antonio por el mencionado defectuoso manejo del estoque. Nunca le echo la culpa a la espada.

Y la moviola en su repaso retrospectivo nos lleva al día de la Virgen, fiesta de la Hispanidad y la banda de música de Ejea de los Caballeros, que había hecho el despejo del ruedo a los sones del pasodoble “La Gracia de Dios”, antes de romper filas el paseíllo torero iniciaron los sones del Himno Nacional, que el público que casi llenaba la plaza acompañó con ovaciones prolongadas a una que se dedicó a dos aficionados catalanes que desplegaron carteles con alusiones a su condición torera. En el primer toro de “Puerto de San Lorenzo” se pidió la oreja para premiar la labor de Enrique Ponce. No accedió la presidencia que en el sexto toro, con idéntica intensidad rogatoria pidió el trofeo para Miguel Ángel Perera y se le concedió. Llovía sobre mojado. El cuarto era un manso sin aparente peligro, pero con unos deseos irrefrenables de huir, de marcharse de las suertes y no quererse someter al mando de la muleta de seda y acero del de Chiva. Ahí estuvo el quid de la cuestión, en buscarle las vueltas a “Garavitillo”, ligar y, al final, ampararse en las tablas y la querencia para  terminar con el personal colofón de las poncinas llenas de flexibilidad, armonía y dominio de la situación. Estocada. El presidente dijo que algo trasera. ¿Suficiente argumento para negar lo que la plaza pedía con rotundidad? Cosa parecida la ocurrió a Ferrera con los toros de Adolfo Martín. Tengo una duda: ¿fue esta la mejor corrida que ha lidiado este año el ganadero de Galapagar trasladado como su fraterno Victorino a tierras extremeñas? No lo sé. Pero ¿hubiera lucido en otras manos como lo hizo las de Antonio Ferrera? No es el primer caso de un torero que empieza su carrera revoltoso y áspero y luego se asienta y aseda su conducta. Con sus dos “adolfos” estuvo magistral e inspirado con capote y muleta y no se le concedieron las dos orejas que se pidieron en su primero y la solitaria con la que el público quería valorar su segunda lección torera. Perera no se encontró con ninguno de sus dos toros y Paul Abadía “Serranito”, de Zaragoza y  ocupando el puesto de Fortes, se desinfló con el tercero de la tarde y con el sexto se esfumaron sus ilusiones.

Con la corrida de los Matilla (García Jiménez, Olga Jiménez y “Peña de Francia”) del día 10 se completó el fundamento de esta Feria del Pilar. De ese miércoles al domingo, 14 de octubre, cinco corridas de toros con interesantes divisas y toreros de primera fila. Sendas orejas para “El Fandi” y López Simón, con petición de una más para el de Granada que así hubiera salido a hombros por la Puerta Grande, la ya referida gran actuación de Antonio Ferrera en la de Adolfo Martín, premio de una oreja y petición pública de otra más, lo que habría supuesto una nueva salida a hombros, extraordinario el “viejo” Ponce con sus dos toros de Puerto de San Lorenzo, uno correcto y otro muy manso que sólo quería huir, se le pidió una oreja del primero y una más de la concedida en el cuarto, otra salida a hombros, mala suerte la de Julián López “El Juli” por la lesión del toro  primero de “Garcigrande” que se partió un pitón al derrotar en un burladero y del sexto de “Parladé” que se lastimó la pata izquierda. El de Velilla de San Antonio cortó sendas orejas del primero y del tercero pero no acertó con el segundo de “Los Maños” y el cuarto de “Puerto de San Lorenzo. Lo repito para que quede más claro. En este hubiera caído el doblete peludo que abre el portón de los triunfos tras el paseo a hombros por el ruedo y la salida bajó la escultura de don Francisco de Goya, que está ahí aunque se le note poco. Y en la última corrida, la esperada salida a hombros del Pirata del parche en el ojo y el pañuelo a la cabeza y la posible de José María Manzanares, para el que se pidió el segundo trofeo del segundo toro de la buena corrida de Núñez del Cuvillo.

Se cortaron 25 orejas, hubo una petición de rabo para Diego Ventura, salieron a hombros cuatro toreros, el novillero Adrián Salenc, el torero de a caballo Diego Ventura y los matadores de toros Álvaro Lorenzo, que me han dicho que vuelve a la casa de los Lozano, y Juan José Padilla. Pudieron hacerlo también Alberto Álvarez, David Fandila “El Fandi”, Antonio Ferrera, Enrique Ponce y José María Manzanares. Nueve salidas a hombros en 12 festejos hubiera sido un record histórico que se merecían Jesús Mena y su asesor taurino Julio Fontecha, riojano con la mejor cuadra de caballos hace unos años, que han velado sus armas empresariales durante una década en la plaza de toros de Ejea de los Caballeros, lugar importante en la historia del toreo, con el primer torero con rostro y biografía e importantes ganaderías del siglo XVIII. No negaré que Jesús y Julio son amigos míos y a uno le gusta que los amigos triunfen. Y me alegro otro tanto por lo que este significa para la plaza de toros de Zaragoza, plaza de primera categoría, le segunda de España por solera, la primera por adaptación a las exigencias de los tiempos modernos.