Los pueblos se desarrollan por el diálogo y el entendimiento, con independencia a los credos religiosos, ideologías políticas o seguidores de uno u otro equipo de fútbol. Siempre el respeto debe prevalecer por encima de cualquier cosa. Venía a decir Don José Ortega y Gasset (hombre poco sospechoso del buen conocimiento), que quienes deciden ser de izquierdas o de derechas, son torpes por su propia voluntad (utilizaba una terminología más cruel, por eso he dicho: venía a decir). Creo que perder el tiempo en calificar una ideología es algo muy propio de los españoles, en esta España, aún viva de charanga y pandereta, de espíritu burlón y de alma quieta, que nos cantara Don Antonio Machado.

Yo ni siquiera defino mis aficiones, ni me pronuncio sobre creyente o laico, ni tampoco desvelo mi equipo de futbol o al torero que pueda seguir. Pero entiendo, desde mi condición de humildad, que se me debe respetar, y para mí pido el mismo respeto que yo tengo con el prójimo. Y no se me ocurriría, porque en mi educación no cabe, menospreciar o insultar a aquellos que no compartan mis inquietudes o aficiones.

Desde un tiempo a esta parte estamos viendo cómo se ataca a La Fiesta de los toros sin argumentos ni razones, basados en un desconocimiento impropio del momento en el que vivimos, y, desde luego, confuso, en el que se mezclan conceptos que no se saben razonar porque, al parecer, vienen impuestos, como hoja de ruta y carecen de fundamentos quienes los utilizan. Argumentos cargados de verborrea petulante, huecos de contenidos, y, lo peor, muchas veces, con dosis de violencia.

La Fiesta siempre estuvo defendida y avalada por personajes con ideologías liberales (que así se entiende mejor que posicionarnos en un lugar u otro, y, por supuesto, nunca diré de izquierdas o derechas, porque no quiero elegir la torpeza por voluntad propia). Quiero ser de aquellos liberales que siempre trataron de eliminar los verbos que no deben existir en un sistema de libertades: prohibir u obligar. Pues bien, ahora nos aparecen unos señores que nos quieren gobernar, que con su bandera de progresistas, están atentando contra la más elemental de las libertades, como es la de prohibir, que yo, y otros más de treinta millones de aficionados, podamos asistir al rito de la corrida de toros.

Yo me siento identificado con La Fiesta de los toros por la defensa profunda e incondicional que ésta hace al animal, cuidado meticulosamente en sus dehesas; por el equilibrio del ecosistema en el campo, donde se conjuga la macolla fresca que nace espontanea con la encina que se hace anciana y ve pasar las distintas camadas y testifica cómo crecen los becerros, utreros y llegan a su esplendor de toros cuatreños o cinqueños. Un canto a la vida y a la libertad, como no podía ser de otra forma, que vencen a la hormigonera, al asfalto y a la especulación urbanística, en parajes donde sería más rentable urbanizar que criar toros de lidia, pero que al ganadero le mueve más su corazón que sus cálculos, sus sentimientos que su cifras. En definitiva, su generosidad que su egoísmo.

Me siento identificado con La Fiesta porque la descubrí en muchos intelectuales liberales, que su inteligencia estuvo por encima de los prejuicios sociales: Federico García Lorca, en su Elegía a Ignacio Sánchez Mejías, o en Gerardo Diego en su Suerte o la muerte. La descubrí en Mariano Benlliure en el Mausoleo a Joselito “El Gallo”, en los lienzos de Goya, así como en la Ópera Carmen. También la descubrí en el poeta Miguel Hernández; en el novelista, Vicente Blasco Ibáñez o Hernest Hemingway, y un largo etcétera de intelectuales de todos los géneros en los que la expresión del arte y la cultura era símbolo indeleble y podríamos escribir tomos  de libros.

Pero imaginaros que no la hubiese descubierto en ninguno de ellos, y fuese aficionado a los toros, ¿quién tiene potestad para que a mí, en un momento brillante de nuestra democracia, se me prohíba acudir a presenciar una corrida de toros?

Señores, esta Fiesta es para todos, pero sobre todo, para los que saben y entienden de libertades, no de frustraciones; para los que saben respetar al prójimo, nunca para los violentos y, desde luego, esta Fiesta es para los que saben dialogar y entenderse, sin perder el tiempo en mostrarnos sus ideologías, porque como dijo Ortega, no seamos torpes por nuestra propia voluntad.

España tendrá que dejar de ser alguna vez de charanga y pandereta, ya necesita, su mármol y su día, su infalible mañana y su poeta, que nos dijo Machado. Y debemos de convivir todos, sin alharacas ni ruidos desaforados y, sobre todo, respetándonos los unos y los otros, porque nuestra sangre mediterránea de mezcla jacobina, debe tener ese antídoto que calme nuestros nervios, atemperen nuestros caracteres y, desde luego, nos haga ser más tolerantes.

Ya tuvimos muchos años de prohibiciones y votamos un régimen de libertades, de convivencia pacífica, de diálogo y entendimiento. No debemos tolerar, bajo ningún aspecto, que nadie nos robe ni un ápice de libertad en el sentido amplio del término, y menos a quienes les hemos entregado la confianza de gobernarnos. ¿Existe algún País en el mundo en el que dependamos de las aficiones de los gobernantes para proteger o no lo que siempre fue de todos?, porque con frecuencia oímos decir: a este alcalde le gustan o no le gustan los toros. Y a nosotros qué nos importa si le gustan los toros o no, porque el alcalde ha de gobernar para el pueblo y preservar las costumbres, tradiciones, y, sobre todo, la historia y cultura de ese pueblo. Pero no le hemos elegido atendiendo a sus gustos, caprichos o aficiones, eso sería tanto como instalarnos en épocas del Medioevo. ¿Os imagináis a un gobernante que por no gustarle el futbol dijese que lo prohibía? ¿No creéis que esta actitud es más que suficiente como para tacharnos de personajes surrealistas? Sería algo tan absurdo como irracional. Es muy triste, de verdad, llegar hasta ese término de planteamientos.

Creo que las autoridades tienen mucho que decir en esto, no se puede vivir bajo amenazas soterradas de personas públicas que tiran la piedra y esconden la mano, diciendo que había que poner bombas en los cosos taurinos, no podemos consentir que se nos tachen de asesinos porque nos sintamos motivados por unas emociones y unos sentimientos ancestrales y que definen nuestra forma de ser y pensar, no debemos ser violentados físicamente como ha ocurrido en alguna que otra taquilla de plazas de toros.

Y como digo, apelo a los que tienen la responsabilidad de gobernarnos y protegernos contra amenazas y acciones violentas, porque las libertades de unos se acaban donde empiezan las de otros, y la vida del ser humano solamente se entiende desde el respeto.

Yo, desde mi condición liberal, pido, públicamente, que me dejen escribir, pensar y manifestarme conforme a la herencia recibida, asimilada y compartida con quienes piensen como yo. Y pido autoridad a quienes hemos dado el voto de nuestra confianza para hacer de este País un lugar más libre y pacífico, en donde todos tengamos nuestro sitio de vivir y expresarnos, y en donde, sin complejos podamos caminar por la calle cuando un día nos apetezca asistir a una corrida de toros, porque, también lo dijo el filósofo Ortega: Vayamos a los toros para conocer mejor España.

Por otra parte, aconsejo a los aficionados a no entrar en los enfrentamientos necios que unos provocan, no debemos crear tensiones gratuitas que a nada conducen. No debemos consentir insultos ni descalificaciones hacia nuestra honorabilidad y conducta, simplemente porque nos guste un rito que es ancestral y forma parte de nuestra cultura y de nuestra historia, porque los que ignoran, o rechazan su historia, empobrecen su cultura y el mayor riesgo que el ser humano corre es la ignorancia, que solamente el conocimiento la puede subsanar.

Pero igual que pido esto para los aficionados, les digo que si es posible, si nos sentimos acosados, ultrajados, burlados, denostados o menospreciados y podemos probarlo, acudamos a la justicia para que como garante de las libertades y de la convivencia pacífica, dicte las sentencias pertinentes, porque para eso vivimos en un Estado de derecho y de libertades, y a nadie se le puede permitir que nos falten al respeto y a la dignidad, que es el más elemental de los derechos de un ciudadano que vive en un lugar acorde con el bienestar que la sociedad nos otorga.

Con el deseo de que todos podamos convivir y respetarnos, concluyo este artículo, esperanzado en conocer aquella España del respeto mutuo y del entendimiento a través del diálogo, en ese infalible mañana añorado por Machado. Que se entierren los odios y los rencores de dos mundos separados por prejuicios y solo el mármol refrende su existencia y el grito del poeta con su pluma pueda expresar, en libertad, aquello que nos hace ser diferentes sin dejar de ser nosotros mimos.