Informa desde México. Jaime Oaxaca

No es el silencio, ni la coba, la solución para mejorar el país y la fiesta brava.

Ocultar o maquillar la realidad no resuelve nada. Quienes denuncian las triquiñuelas de los funcionarios y políticos rufianes no son malos mexicanos ni enemigos del país, al menos no por denunciar.

Quienes lo hacen en la fiesta de los toros, tampoco son anti taurinos o enemigos de la tauromaquia, no odian el espectáculo taurino, ni están amargados, sencillamente le dicen a las cosas por su nombre, una característica que se pierde poco a poco, quizá porque es mucho más sencillo seguir el cencerro.

Pululan los lisonjeros del teclado o del micrófono, plañideras que defienden con lágrimas a sus patrones, se escudan en un positivismo inexistente por un supuesto amor a la tauromaquia, todo lo ven color de rosa. Justifican, disimulan, toleran, callan, quizá a cambio de dinero o de privilegios.

Saben perfectamente que maquillan la verdad, están conscientes que pecan de obra y omisión, en la crónica escrita o hablada maliciosamente disimulan, tapan o de plano omiten, se convierten en integrantes del malévolo club “Lo que callamos los cronistas”.

Se abastecen de eufemismos para decirle bonito a las trastadas que suceden.

La bravura es un asunto fundamental en un espectáculo que se llama fiesta brava. Cuando no existe pareciera un pecado decirlo. Son muy cuidadosos para evitar las expresiones: toros mansos, toros descastados, toros sosos, toros sin bravura. Para disimular el asunto se han encontrado frases sustitutas: toros artistas, toros nobles, toros con la bravura detenida.

Hay ganaderías muy específicas cuya crianza se ha basado en eliminar la bravura, han hecho cruzas para que los toros salgan descastados, sin ápice de bravura. Ese tipo de ganado sirve para que los toreros extranjeros, sobre todos las figuras, puedan estar más tranquilos en el ruedo.

En la primera corrida del serial que actualmente se realiza en la plaza México, el pasado 19 de noviembre, se lidiaron toros descastados, bobos, el típico manso-menso, que no acomete, que sólo ve a quienes están en el ruedo sin tratar de hacerles daño. Cuando el torero cita con la muleta al dócil animalito, éste es incapaz de embestir con emotividad, con peligro, solo pasa enfrente del torero y de su muleta. A todas luces un animal carente de bravura.

En lugar de referirse como toro manso, bobo, descastado, etc., hubo alguien que se tiró la puntada de decirle a ese tipo de embestida ¡bravura detenida!

Otro vicio es disimular el trapío de los toros es que en lugar de decirles toro chico o falto de presencia o toro sin trapío, se le dice “toro terciado”.

Sucede que cuando un ganadero mandaba tres toros con mucho trapío y tres con menos presencia, se decía que había tres y tres, de ahí viene la palabra terciado. El término se quedó y fue degenerando, ahora toros terciados, quiere decir: chicos, sin trapío.

Algunas veces se recurre a la expresión “justos de presencia”. En estricta teoría tendría que significar que sí califican, que sin ser muy grandes tiene justeza necesaria para salir al ruedo. Sin embargo ya el uso se generalizó, también se utiliza para disimular que los toros están chicos.

Cuando no se oculta lo que sucede, no es que uno esté amargado o que únicamente busque lo malo de la fiesta de los toros. Las verdades a medias, el encubrimiento, como si todo estuviera bien, le hace daño a la tauromaquia.

Por eso es mucho mejor decir toros chicos, toros mansos, toros descastados a hacerse cómplice de la corrupción taurina, a ser parte de la pléyade de tramposos y disimular todo con crónicas color de rosa.

Denunciar, hacer públicas las trampas, evidenciar pillos, ya sean empresarios, toreros o ganaderos no es atacar la tauromaquia; por el contrario, es una forma de defenderla.

A las cosas por su nombre.