Artículo de Benjamín Bentura Remacha. Periodista. Fundador de la Revista “Fiesta Española”. Escalera del Éxito 85

(…) Asegura que vivía en el número 5 y medio del callejón de Tarasquillo y cita a la señora de Calderon de la Barca y su obra “Vida en México”, en la que hace unas encarecidas alabanzas de Gabiño, su garbo y fina gracia bailando la zarabanda, el vito, la farruca, el polo, las peteneras, soleares o la jota aragonesa, valenciana o murciana, el zapateao, la jarana, el palomo, la zanchenga o el jarabe. No había baile que se le resistiera.

Dicen que el de Puerto Real asombraba a los aficionados con sus fulgurantes e incomparables metisacas. Cuenta el cronista un ataque de indios comanches (¿?) en un viaje en el que le acompañaban su picador Ignacio Cruz y su banderillero Fernando Hernández, su defensa con las balas de las carabinas y su llegada al lugar de destino heridos pero respondiendo a su función de toreros. El portorrealense  ganaba y gastaba largo, quebró la casa comercio (hoy, Banco) donde tenía sus ahorros de 80 mil pesos y, entre la pobreza y los achaques de la vejez, se contrataba por 30 pesos por corrida, hasta que el 31 de enero de 1886, en Texcoco, cuando un toro de Ayala, “Chicharrón”, le pegó una cornada junto al recto, no se dejó intervenir en el cochambroso cuarto que servía de enfermería, lo trasladaron a la capital y, en el cuchitril del callejón de Tarasquillo donde residía, murió el 11 de febrero, a las 9 y media de la tarde. Dice don Artemio de Valle – Arizpe que Gabiño tenía cuando falleció 83 años, no sale la cuenta, y que llevaba 51 de torero. Puede que esos años fueran los que llevaba en México, a los que habría que sumar los que toreó en España antes de partir hacia las Américas. Según mis noticias en realidad tenía 73 años, tampoco edad muy propicia para enfrentarse a los toros. La figura de Gabiño ha sido realzada por don José Francisco Coello Ugalde, mi panegirista mexicano que se considera a sí mismo como “maestro de Historia”. Ni profesor, catedrático o doctor, MAESTRO. Y sus apellidos me recuerda, el primero a uno de los banderilleros más artista de Portugal, Mario Coello (Conejo), matador de toros después, y el segundo, Ugalde, al más auténtico caricaturista español, de Tarazona de Aragón y cuarenta años en las páginas de ABC. El maestro Coello Ugalde dice que Gabiño nació en Puerto Real el 20 de agosto de 1812, que no tomó la alternativa en España, que se la dio Manuel Domínguez “Desperdicios” en Montevideo, Uruguay,  y que su presentación en México se dio entre 1829 y 1834. Fue Gabiño el primero que otorgó una alternativa en las plazas mexicanas, en 1879 y a Ponciano Díaz, que una vez doctorado sí vino a la península para torear y sorprendió más que nada por su poblado bigote.

En el libro de Luis González Obregón publicado en 1947 con ilustraciones de Bardano y Molina, “Las calles de México”, se cita la Plaza del Volador como el lugar de la ciudad de México en la que se celebraban las grandes fiestas populares, perros y liebres, peleas de gallos, juegos de cañas y suelta de toros bravos. Citan como especiales las fiestas de febrero de 1773 y las del mismo mes de 1803, en la que hubo un eclipse de sol. Como anécdota de los festejos de la “Plaza del Volador”, no sé si fidedigna y creíble, la de que Hernán Cortés, en unos juegos de cañas en el siglo XVI, sufrió tal cañazo en un pie y del que anduvo mucho tiempo cojo y enfermo. Fue peor lo de “la noche triste”.

El caso es que gracias a mi padre y su actividad como cronista de toros yo tengo un antiguo y buen recuerdo de los diestros mexicanos. El 24 de agosto de 1934 se publicó en “El Debate” una crónica firmada por “Barico”, Benjamín Bentura Sariñena, de un mano a mano entre Lorenzo Garza y Luis Castro “El Soldado”. Calor sofocante, Joselito Gómez como sobresaliente y novillos de Coquilla. Lleno a reventar en la plaza que se iba a clausurar a finales de aquel mismo año para ya inaugurar la de Las Ventas del Espíritu Santo. Garza y su compañero brindaron sus respectivos primeros novillos a Domingo Ortega. Lorenzo “el Magnífico” cortó sendas orejas al primero y al tercero, pasó a la enfermería y no mató al quinto. Lo mató Luis Castro que obtuvo las dos orejas y el rabo del sexto. La crónica  fue ilustrada con cuatro apuntes a pluma de Roberto Domingo, dos muletazos de Garza, uno de “El Soldado” y la estampa de un toro. Le regalaron a mi padre aquellas obras de arte que yo vi siempre en las paredes de nuestra casa madrileña de la calle Libertad y luego de Colomer, junto a la Avenida de Los Toreros. Y ahora los contemplo cada día, privilegiado que soy, en mi cuarto de estar zaragozano. Mi santo y seña por los siglos de los siglos.

A Luis Castro “El Soldado” lo conocí en mi viaje a México, también a Garza que recuerdo que alternó una tarde con José Fuentes creo recordar que en su tierra natal, Monterrey, regiomontano, maravilla expresiva, y luego, en Madrid, en el Museo de Las Ventas, el día en que Pablo Ignacio Lozano presentaba su escultura, reproducción en bronce de una extraordinaria foto de Arjona de un lance de Antonio Ordóñez con una rodilla en tierra. Otra maravilla. A Fermín Espinosa “Armillita” le saludé en Pamplona en el hotel Yoldi, antes de que el Maisonave nos recogiera a los escribidores taurinos, entre los que estaba también don César Jalón “Clarito”, ministro de la República que me contó que le había retirado de la crítica Franco al reconocerles a algunos de los ministros republicanos una jubilación. “Si tengo alguna necesidad especial escribo un artículo para El Ruedo” – me contó don César en nuestro último “sanfermín”. Ya había publicado sus interesantes y sabias memorias”.

Bueno, me he alargado demasiado. Me puede la inquietud de no tener el tiempo suficiente para contar mis recuerdos y me motiva el impulso que me ha dado el reconocimiento del MAESTRO DE HISTORIA don José Francisco Coello Ugalde, a quien dedico esta mi memoria de más que un octogenario superviviente.

Zaragoza, mayo de 2018.