Le traspaso el corazón. No había posibilidades de salir librado de otro modo. Cuando la vio, quedó prendado para siempre. Es caprichoso el azar, dice el primer verso de una canción titulada así por Joan Manuel Serrat y escrita varias décadas después. Ella irradiaba una belleza fulgurante. El pelo sedoso, las pestañas abriendo y cerrando horizontes, la nariz más perfecta del universo. Su risa era una fuente que hipnotizaba a quien la oyera, y su voz partió a la mitad el anochecer cuando se dirigió particularmente a él y le llamó maestro. (Crónica de José Antonio Luna)