Desde su llegada a Madrid,
– ¡Vaya niño … vente conmigo a tomar unas copas en armonía!.
En aquel café, justamente aquella mañana, conoció Salvaor a un torero de verdad, Regatero que era torero de renombre en Madrid, cabal y dispuesto para tomar la alternativa en la plaza de
– ¡Niño!, ¿es que “tas” quedao estanislao?.
– Estoy pensando, que a usté, que tanto le gustan los toros, ¿cuándo me va
a llevar a ver una corrida?.
En eso quedó
Una muchacha madrileña, menuda, morena que alborotaba y reía más que nadie se prenda del chico de
– ¡ La Paca “sa” enamoriscao del Negro!.
Desde aquel día, Salvador “El Negro” se sintió el hombre más feliz de
Paseaba con Paca absorto, como si el mundo se hubiera parado al instante de verla y a cada paso que caminaban cogidos de la mano
Por aquel tiempo, Frasco, su hermano, estaba comenzando la carrera taurina. Gracias a los conocimientos del señor Manolo y sus amigos, participaba en capeas y tentaderos de vacas. A
Una mañana Salvador se encuentra con que Frasquito no se había
Levantado. Debería haber ido a trabajar hacía varias horas. Al interesarse por el suceso y verlo tirado sobre la cama y desmejorado le pregunta:
– ¿Has tenido alguna pelea?.
– Yo solo me pego con los toros; ¡ panoli, que no te enteras de ná !. La
paliza me la ha dado un morlaco en una capea de Móstoles. ¡Que sorpresa, su hermano Frasquito, era torero de verdad!.
“Lo primero es lo primero”. Esta frase la repetiría más de una vez en su vida. Comenzó por no volver a ver a Paca, con todo el dolor de su alma. Se propuso actuar en una capea en la que toreara su hermano Francisco – Que ya le llamaban desde carros, remolques y balcones, “Frascuelo”. Algunos días dejaba que Salvador le acompañara cuando actuaba en pueblos cercanos a Madrid. Una noche, cuando andando volvían a casa Salvador le dice inesperadamente a Francisco:
– El domingo que viene me echo al ruedo.-
– ¿Te gusta la cosa?.- Pregunta el hermano.
– Como gustarme … no sé. Pero visto así, de cerca, me he dao cuenta de lo mucho que se pué hacer a un toro.
Chinchón, catedral del toreo para los “maletas”. Desde los remolques y carros examinaba el futuro que podrían tener los maletillas que acudían en multitud para torear en sus fiestas.
Salvador no perdía ojo. Dejó pasar unos interminables minutos … Nadie salía a recibir al torete que corría sin parar.
-¡ Esta es la mía ¡ – se dijo “El Negro”. Y salta a
¡ Ayyyyyy! Un grito y Salvador en el piso echando sangre por la espalda. ¡Menos mal que no hizo por él”. Quedó de bruces en
– ¡ Fuera Bárbaros ¡… ¡Llevarlo al hospital!. Nadie rechistó. Las ovaciones no cesaban mientras sacaban a Salvador de la plaza mal herido. Una corná de una vez, fuerte y en mal sitio.
El hospital de campaña resultó ser una casa particular de uno de los improvisados camilleros, el Tío Tamayo. Gente conocida y marido de la estanquera del pueblo. A falta de vendas, el tío Tamayo, echó mano del baúl de las sábanas y le dijo al médico del pueblo que había sido llamado y llegaba sin resuello
– ¡ Corte usté por aquí ¡
En la larga permanencia de Salvador en casa de los Tamayos, conoce a un hombre extraño y reservado: Juan Mota, quien entrega dinero a
Juan Mota, banderillero profesional, se definía como “aficionao”, con esta palabra estaba todo dicho. Un aficionado en España es hombre que no se afana más que por los toros, que entiende de toros, que protege a torerillos, que bebe manzanilla, que hace “pupila” y que habla en andaluz, aunque, sea vasco.
Su hermano Francisco, ya colocado de banderillero en la cuadrilla de Cayetano Sanz, figura de Madrid, matador triunfador de alternativa y muy solicitado en las plazas de toros de toda España encauzaba su camino de torero al primer “Frascuelo”