De aquellas sólo nos queda el recuerdo de su mejor discípulo Paco Camino y sus chicuelinas templadas frente a un Manolo González quien les imprimió barroquismo y movimiento. Otros que aportaron nuevas fórmulas en cuanto a la colocación fueron Pepín Martín Vázquez, Pepe Luis o Manolo Vázquez. No querría olvidarme de otro intérprete que las usó de manera sonora y explosiva como medio de defensa espectacular, y que no es otro que el torero de mayor raza y valor que ha dado esta ciudad: Diego Puerta. En la torería actual predomina el cambio frente al recorte templado, a excepción de Morante de la Puebla que imprime a sus chicuelinas gran personalidad, desgarro y sevillanía.

Sin embargo, aún tenía que llegar su tarde. Aquella en la que sus mágicas “chicuelinas”, “navarras” sus inverosímiles “delantales”, sus alegres “galleos” con el capote alto, sus personalísimos cambios de manos improvisados y su batería de adornos tan llenos de gracia como de belleza se dieran cita. Veinticuatro de mayo de 1928, Madrid. Chicuelo alterna con Vicente Barrera, que confirmaba la alternativa y Cagancho, el gitano de los ojos verdes. El toro fue de Salamanca como no podía ser de otra forma, Graciliano le bautizó con el nombre de “Corchaito” y, desde su primer quite en los medios nació el toreo moderno. Consistía en un toreo basado en la ligazón, en la vertebración entre un pase y otro para que la faena de muleta tomara cuerpo, de tal manera que ya no consistía en preparar el toro para la estocada, sino en crear arte, belleza, encadenando cada muletazo en una secuencia infinita y constante.

Llegado a este punto recordemos la crónica al torero sevillano durante su faena madrileña al tercer toro de la tarde por el crítico de El Imparcial, Federico M. Alcázar, único notario de tan magna revolución, en contraposición a lo que no supo ver el “indiscutible” maestro de la crónica taurina Gregorio Corrochano:

Alcázar tituló: “Chicuelo realiza con el toro “Corchaito” la faena más grande del toreo”.

“..¿Cómo toreó Chicuelo? Como nunca se ha toreado, como jamás se toreará. .Comienza con cuatro naturales estupendos, ligados con uno de pecho soberbio. La ovación vuelve a reproducirse y los olés atruenan el espacio. Vuelve a ligar- siempre con la izquierda- otros tres naturales soberanos. La plaza es un clamor y el público, enardecido, loco, jalea la inmensa faena. Pero lo grandioso, lo indescriptible, lo que arrebata al público hasta el delirio, es cuando el torero, ¡el torero!, ejecuta cuatro veces el pase en redondo girando sobre los talones en un palmo de terreno. Es algo portentoso, de maravilla, y de sueño. Suave, lento, el toro va embebido, prendido, sugestionado, describiendo dos círculos en torno al artista, que permanece inmóvil en el centro. Ahora el público no aplaude: grita, gesticula, se abrazan unos espectadores con otros, y de pronto, como si el mismo entusiasmo hubiera prendido en todas las manos, la plaza se cubre de blancos pañuelos, como una inmensa bandada de blanca palomas, que agitan las alas pidiendo la oreja para el sublime artista, que liga otros dos naturales inmensos, dos ayudados magnos, un afarolado maravilloso, altos y cambiados sublimes. Cada muletazo es un alarido Señala un pinchazo y continúa su grandiosa, portentosa faena, creciéndose, con otros cuatro naturales de asombro y dos de pecho soberbios. Otro pinchazo y otros dos naturales enormes. La plaza parece un volcán que tuviera fuego en sus entrañas. El entusiasmo del público llega al límite del paroxismo. Vuelve a entrar a matar y coloca una media estocada superior. Se hace en la plaza un silencio augusto. El toro por un momento se mantiene en equilibrio, y rueda a los pies del maravilloso, del excelso artista…los catorce mil pañuelos flamean pidiendo las dos orejas para premiar la gloriosa hazaña…Le conceden las dos orejas y se interrumpe la corrida para que Chicuelo de dos vueltas al ruedo. Ha sido la obra de un dios, de un iluminado, de un loco sublime y genial…. ¡Salve, Chicuelo!, ¡Salve tu arte soberano! Cuando todo se borre y pierda en la historia del toreo, quedará esa faena como una cumbre memorable, que elevará solitaria su cima al infinito”.

Tan sólo le bastaron ocho tardes en las que alternó con Gallito para captar mejor que nadie de su generación, aquel toreo innovador, ligado y enciclopédico por un lado; y a pitón contrario acortando distancias cuando la ocasión lo estimaba, por otro. Ya lo dijo Joselito tras una tarde compartida en Écija “Chicuelo es el torero más peligroso que yo he conocido”. Sin saberlo, en aquella tarde madrileña cimentó las bases de un nuevo toreo nunca antes visto. Cada muletazo de la veintena que recitó lo ligó con otro, convirtiendo las constantes acometidas del toro en cinco series rematadas con pases de pecho, adornos y cambios de mano por ambas manos. Desde aquella faena de muleta con esos magistrales naturales ligados en redondo sin cambiar de posición se adentró en una nueva dimensión artística y circular. A partir de ahí todos sus compañeros le imitaron, como su ahijado Manolete, y aún hoy todavía lo hacen. Chicuelo es por méritos propios el arquitecto del toreo moderno y representa la fusión personificada del toreo eterno de José y Juan. Su obra es la mayor aportación al toreo que ha existido y existirá. A partir de aquella tarde el toro se seleccionó más hacia ése tipo de toreo moderno e incluso años más tarde se impondría el peto para transformar un arte de sangre y fuego en esa fiesta de pura ciencia que tan bien conocía Chicuelo. Podrá darse el caso de que aparezcan más toreros con distinta interpretación y personalidad en el estilo de torear, pero la técnica del toreo fundamental inventada por Chicuelo apenas ha variado.

Desde su alternativa hasta el comienzo de la Guerra Civil, Manuel Jiménez “Chicuelo” ocupó un primerísimo lugar en el toreo de su tiempo, a pesar de que algunos escritores le hayan catalogado a la misma altura de toreros como Antonio Márquez, Cagancho, Curro Puya, Nicanor Villalta o Victoriano de la Serna. Estoy de acuerdo con Delgado de la Cámara en que cuando otorga la alternativa a Manolete, no sólo le cedió los trastos de matar, sino también el testigo del toreo; pues el cordobés con su estética única y conocedor de las esencias del toreo de Chicuelo fue capaz de llevar su legado más allá del tipo de toro que sí que requirió el torero de la Alameda.

Continuará…