Sevilla es la cuna del toreo. Aquí nació el toro apto para la lidia tal y como hoy se concibe; de aquí surgieron las corrientes artísticas más innovadoras y sus mejores intérpretes, en su mayoría de esta tierra. Sin embargo, lamentablemente, también Sevilla y su verdad del toreo se ocultan en la nebulosa de una gran mayoría de mediocres y parciales historiadores, quizás más movidos por la el tópico manido, el lirismo exagerado o los caprichos más injustos, frívolos y triviales que por el verdadero sentido crítico, histórico y filosófico de una verdad única del toreo.

El caso de mayor relevancia por injusto y silenciado, es el del maestro Manuel Jiménez “Chicuelo”, recordado tan sólo por un puñado de aficionados que como el que les habla se niegan rememorarlo tan sólo por sus célebres y originales “chicuelinas”. Son muchos a los que se les olvida su excepcional aportación al toreo moderno, con todo un estilo propio bautizado en nuestra ciudad como “La escuela sevillana”.

Sin el alegre torero de la Alameda, no se podrían explicar ni el devenir de la fiesta, ni sus posteriores transformaciones técnicas, estéticas, o de impronta personal. Chicuelo es uno de los eslabones más significativos de la evolución del toreo a pie: un toreo lleno de verdad, improvisación, fantasía, genialidad y el más adelantado y moderno de todos cuantos se han hecho.

Manuel Jiménez Moreno, nació el 2 de diciembre de 1902 en la trianera calle Betis y apenas cumplida la cuarentena su madre se trasladó a la calle Escoberos sita en el barrio de la Macarena donde residiría hasta los dieciséis años. Es a esa edad cuando se trasladan definitivamente a la casa familiar de la Alameda. Hijo del maestro Manuel Jiménez Vera “Chicuelo” heredó demasiado pronto su apodo y su legado, puesto que a los veintiocho años de edad y tras seis años después de recibir la alternativa de manos del gran Lagartijo, su padre fallecería víctima de la tuberculosis dejando a Manolo con la única compañía taurina de su tío materno, el diestro Eduardo Borrego “Zocato”, un buen profesional que alternó junto a Enrique Vargas “Minuto” para más tarde tomar la alternativa y coincidir en no pocas ocasiones con el mismísimo Espartero. Con esos mimbres no le quedó otra que estoquear con nueve años de edad su primer becerro en la placita de «La Huerta del Lavadero» que los hermanos Gómez Ortega habían construido en la Macarena para su recreo. De aquel día solo se supo que tras cortar las dos orejas y el rabo fue sacado a hombros por el público asistente que lo paseó por las calles de Sevilla.

A los pocos meses viaja con su tío “Zocato” a Salamanca donde toma contacto con el campo charro a través de sus principales casas ganaderas como: Matilla, El Villar, San Fernando, Pedro Llen, Terrones, Carreros o Buenabarba, concretamente en la Ermita de “El Cueto” sita en las inmediaciones de la finca “Matilla” recibe con diez años su primera comunión.

Su meteórico ascenso no pudo esperar. En la Glorieta de Salamanca cosechó grandes éxitos incluso en el tercio de banderillas compartiendo cartel con Juan Luis de la Rosa, Manuel Granero y Eladio Amorós. Cómo sería de célebre en su época novilleril, que hasta en el Café del Novelty de la Plaza Mayor salmantina dicen que se pudo oír:

-¡Camarero!
-¿Qué desea el señor?
-Una ración de riñones
-¿A lo Chicuelo?
-¿Cómo a lo Chicuelo?
-Si señor, quiero decir que si los desea usted con mucha salsa.

Tras su debut con caballos en Zaragoza el 1 de septiembre de 1918 junto a Antonio Márquez y toros de Juan Terrones, pronto se prepara para dar el gran salto a Sevilla en la temporada siguiente. Tanta expectación despertó en su ciudad natal que hasta fue contratado en seis novilladas en aquel año. La plaza le esperaba y su público también, ése que no dejaría de ser su partidario prácticamente desde que ejecutara el primer lance con el capote. De aquella primera actuación en la que obtuvo los máximos trofeos ante un encierro muy bravo de Albaserrada, los viejos aficionados ya decían de él que su toreo no era de aquí. Que era demasiado delicado, etéreo, sutil e irreal para creerlo, que su autor no podía ser uno de los nuestros. Siempre desde la media altura nunca forzaba al toro, su excelente formación y cultura taurina adornada con verdadero riesgo, huyendo siempre de lo fingido, lo superficial y de todo aquello que no fuera natural y espontáneo, fue su verdadero arte a lo largo de su vida torera.

Recordemos aquella coplilla popular que decía:

El arte del toreo
Vino del cielo
Y en la tierra se llama
Manuel Chicuelo

La alternativa por San Miguel se la concedió el mismísimo Juan Belmonte junto a su hermano Manuel ante toros de Santa Coloma el 28 de septiembre de 1919. El astado tocado en suerte para la ocasión se llamó “Vidriero”. Premonitoria tarde la suya, que mientras se silenciaba su actuación en el coso del Baratillo otro de su grandes maestros Joselito El Gallo, posiblemente el que más le influyera en su carrera, a la misma hora y en la misma ciudad estaba doctorando a su compañero Juan Luis de la Rosa en la Monumental de San Bernardo tras un éxito apoteósico del novel torero.

Sevilla partida en dos plazas, la Monumental y la Maestranza. Aquella Sevilla de Chicuelo en donde la verdad del toreo corría por cada calle y cada barrio se nos aparece hoy en ese toreo sevillano basado en el arte por el arte, de muletazo a media altura y los pies juntos, de suavidad incomparable aderezado por el recorte y el toreo en la cara, de constante inspiración irrepetible en el hotel; el de la locura improvisada en donde todo hasta el toro obedecía según lo previsto. En una palabra, daba gloria verlo torear creando nuevas suertes o interpretando las antiguas, como diría el maestro madrileño Marcial Lalanda del propio Chicuelo en su retiro.

La confirmación se produce en Madrid el 18 de junio de 1920 de manos de Rafael Gómez “El Gallo”. Los testigos Juan Belmonte y Diego Mazquiarán alias “Fortuna”. Chicuelo recibe como obsequio para la ocasión del mayor de los Gallo el capote de paseo catafalco y oro que luciría esa tarde conservándose hasta le fecha en el museo de la Maestranza. Su actuación brilló en el capote y muleta a pesar del fallo de los aceros. Aquí se pudieron contemplar sus recién inventadas “chicuelinas” nacidas a modo de recorte improvisado en la Feria de Fallas de ese mismo año junto a los malogrados “Valerito” y Granero. El lance nacía en la media suerte, ofreciendo al toro la cintura, haciendo que el torero gire el cuerpo en el mismo instante mientras adelanta un paso levemente para rematar a media altura. Aquella “chicuelina” no se podía ejecutar dos veces seguidas sin cambiar de posición. Era como bailar toro una sevillana y como dijera Pastora Imperio: “todo en el baile”, como el toreo, “es de cintura para arriba”.

 Continuará…